POR JAIME DE SALAZAR Y ACHA.

Ojeando números antiguos de «La Gacetilla de Hidalgos de España», hoy he dado con un interesante artículo de D. Jaime Salazar y Acha, que esta Real Asociación publicaba en su número 518. Es un artículo muy didáctico extraído de un estudio muchísimo más completo, de este magnífico autor, titulado “Manual de Genealogía Española” (Ediciones Hidalguía-Madrid 2006-).
Por pensar que pudiera ser del interés de nuestros lectores y amigos, incluímos dicho artículo como entrada de hoy de nuestro blog.
Portada «Manual de Genealogía Española».
Sabemos que, en su origen, el apellido familiar aparece con la finalidad de distinguir a unas personas de otras cuando llevan el mismo nombre de pila. En principio, en casi todas las culturas, se adoptó para esta finalidad identificadora un criterio patronímico, consistente en utilizar el nombre del padre junto a la palabra hijo. Los griegos usaron por tanto el sufijo -ides; en el mundo anglosajón y escandinavo el sufijo -son (-sen, en danés), y así podemos ver, en este sentido, los Johnson, británicos, los Johanson, noruegos y suecos o los Jensen daneses. Los eslavos utilizan para ello el sufijo -vich o -ick, y los árabes la palabra ibn, seguida por el nombre del padre.
Pero, ajustándonos a nuestra cultura española el origen del apellido sólo se remonta al último tercio del siglo IX. En este tiempo empiezan ya los nobles a firmar con su nombre de pila, seguido del nombre de su padre en genitivo latino y de la palabra filius. Comenzamos por tanto a leer en los pergaminos: Vermudus Ordonnii filius; Ranimirus Ferdinandi filius, etc. Esta fórmula durará sin embargo poco tiempo, ya que un siglo después se procederá a la supresión de la palabra filius, adoptando la terminación del nombre paterno en -z- que será la prototípica del apellido patronímico español.
Durante el siguiente siglo X, esta costumbre patronímica que empieza por la alta nobleza, se va generalizando a todas las clases sociales.
Cuando nos adentramos en el siglo XI todas las personas citadas en los documentos aparecen con su nombre seguido del patronímico y quiero subrayar aquí que el sentido de este último es, sin la más mínima excepción, el que su propio nombre indica, es decir que al contrario de lo que ocurrirá más tarde, siempre el apellido patronímico, en estas épocas, corresponde al nombre del padre del así apellidado. En la España altomedieval esta implantación del patronímico fue general, desde el Atlántico a los Pirineos, es decir Portugal, Galicia, León, Castilla, Aragón, País Vasco y Navarra, inclusive en zonas del sur de Francia como el primitivo ducado de Gascuña.
Esta terminación en -ez- no tendrá sin embargo, ninguna implantación en los primitivos condados catalanes, donde el patronímico se mantendrá en genitivo en los documentos latinos y sin variar su forma, con respecto al nombre de pila, en el lenguaje romance: Arnau, Dalmau, Pons, Guillén, Berenguer, etc.
Figura 1.
En el Reino de Valencia la variedad lingüística formará a su vez los patronímicos con su forma característica: Pérez será Peris; Sánchez, Sanchis; Fernández, Ferrandis, etc., e igualmente en Portugal adoptarán las formas que hoy conocemos, Pires, Sanches, Soares, sin que por ello, tanto en un caso como en el otro, dejen de tener el mismo sentido patronímico.
En resumen, la abundancia de formas que adoptan los patronímicos es de tal amplitud que es conveniente que incluyamos una lista de las más importantes, para que podamos comprender su enorme variedad:
ALFONSO: Alonso, Affonso.
ÁLVARO: Álvarez, Álvar.
DOMINGO: Domínguez, Mingo, Mínguez, Míguez, Miez.
ENRIQUE: Enríquez, Henríquez.
FERNANDO: Fernández, Fernán, Hernández, Hernán, Hernando, Ferrán, Ferrando, Ferraz, Ferris, Herrán, Herráiz, Arranz, Arnáez, Arnáiz.
GARCÍA: García, Garcés, Garci.
GONZALO: González, Gonzalvo, Gonzálvez, Goçalvez, Gálvez.
GUTIERRE: Gutier, Gutiérrez, Gualterio.
HERMENEGILDO: Hermenegíldez, Menéndez, Menendo, Méndez, Mendes, Mendo, Armengol, Amengual.
ÍÑIGO: Íñiguez, Íñigo, Eneco.
JIMENO: Jiménez, Jimeno, Ximénez, Ximén.
JUAN: Juan, Joan, Juanes, Yoanes, Ibáñez, Anes.
LOPE: López, Lóbez, Lúpiz, Lope.
MUÑÓ: Muñoz, Muñiz, Muniz, Moñiz.
NUÑO: Núñez, Núniz, Nunes.
PEDRO: Pérez, Pere, Peris, Pires.
RODRIGO: Rodríguez, Rodrigo, Ruiz, Roiz, Ruy.
SANCHO: Sánchez, Sancho, Sanchiz, Sanchis, Sanz, Sáez, Sáenz, Sáinz, Sáiz.
SUERO: Suárez, Xuárez, Soares, Osorio, Osórez, Ozores.
RAMIRO: Ramírez, Remírez, Remir.
VELA: Vélez, Velis.
VELASCO: Velázquez, Vázquez, Báez
Pero este tipo de apellido patronímico, que venimos tratando hasta aquí, por su propia sistemática, cambiaba en cada generación y, en consecuencia, no servía para denominar familias sino únicamente individuos. Se hacía, por tanto, necesario crear un término para englobar a toda la familia y no solamente a una de sus generaciones.
Por ello, en la segunda mitad del siglo XII vemos ya claramente cómo se empiezan a utilizar términos para designar linajes concretos utilizando para ello su lugar de origen o de señorío. Pero no se trata en principio de un apellido, pues rara vez los miembros de cada linaje firman o se autodenominan con tal término distintivo. Se trata de una clave utilizada por la sociedad para poder distinguir entre sí a los que ya actúan como linajes: los de Lara, los de Castro, los de Guzmán, los de Traba, etc.
Este nombre de linaje que surge en estos tiempos, de fuera adentro se va implantando en la alta sociedad medieval y podemos decir que está perfectamente establecido, con la aquiescencia de todos, en la segunda mitad del siglo XIII.
Figura 2.
Pero nos conviene observar con detenimiento estos nombres de linaje porque veremos que su adopción no responde siempre a las mismas causas. Así, si observamos las grandes familias de ricos hombres del Reino de Castilla en los siglos XIII y XIV podemos distinguir tres grupos:
El primero, que abarca a un total de dieciocho familias, sigue la fórmula más usual, que consiste en que los linajes adoptan como distintivo el nombre de su lugar de origen o de señorío. Así: Lara, Haro, Guzmán, Castro, Villamayor, Traba, Limia, Cameros, Villalobos, Aza, Manzanedo, Asturias, Castañeda, Sandoval, Guevara, Rojas, Mendoza y Marañón.
Estos nombres se acabarán usando como apellidos tras el patronímico correspondiente y la preposición de; ejemplos: Núñez de Lara, Rodríguez de Guzmán, Fernández de Castro, Álvarez de las Asturias, etc.
Vemos también un segundo grupo de cinco familias en el que la fórmula usada para bautizar al linaje es algo distinta y consiste en que, cuando un nombre de pila, convertido en patronímico, es característico de una familia y poco común en el país, por ser de origen extranjero o ya arcaico, puede pasar de patronímico a ser nombre de linaje. Este es el caso de los Manuel, los Osorio, los Ponce, los Froilaz o los Manrique. Se utilizarán, por supuesto, con su correspondiente patronímico, pero sin la preposición de, al contrario que en el grupo anterior, es decir Sánchez Manuel, Álvarez Osorio, Fernández Manrique, etc.
Y, por último, existe un pequeño grupo de dos, Girón y La Cerda, que corresponde a los nombres de linaje basados en apodos o, como se decía entonces, en alcunas. El uso de un apodo es poco frecuente entre la alta nobleza de Castilla y León, pero en Navarra y Aragón era, sin embargo, frecuente, de tal modo que muchas veces es casi imposible conocer su auténtico nombre. Apuntemos, por ejemplo, entre ellos a Buen Padre, Ladrón, Barbatuerta, Barbaza, Peregrín, Portolés, Tizón, Almoravit, Maza, etc. Este tipo de apellido, basado en un apodo, es mucho más frecuente en Portugal, recordemos familias clásicas como Pacheco o Pimentel, e inexistente, en cambio, entre la nobleza de Cataluña, donde, por la vigencia plena del régimen feudal, las familias se apellidan casi en exclusiva por los nombres de sus feudos.
Todo lo que venimos diciendo para la alta nobleza se va haciendo extensivo poco después al pueblo llano, pero, debido a un cierto empobrecimiento onomástico, ya que, al abandonar el pueblo los primitivos nombres hispano-romanos y adoptar los más eufónicos, para la época, nombres de la nobleza, todo el mundo se llamaba más o menos igual.
Había que buscar otro sistema de diferenciación y éste se produce sobre todo a través de la alcuña, formada ésta —en la gran mayoría de los casos— por el oficio ejercido por el cabeza de familia, por alguna característica física descollante o por el lugar de residencia o de origen familiar.
Figura 3.
Pero esta adopción casi general de la alcuña o sobrenombre, ya sea consistente en un apodo o en un topónimo, va dando lugar durante la segunda mitad del siglo XIII, y definitivamente en el siglo XIV, a una auténtica revolución, que consistirá en la pérdida del sentido originario del patronímico, el cual quedará ya sin sentido en el siglo XV. Curiosamente, esta supresión es muy desigual en las distintas regiones y destaquemos, por ejemplo, que es excepción en algunos lugares de La Mancha, y especialmente en la provincia de Toledo, donde se mantienen numerosos apellidos compuestos. En el País Vasco, en cambio, excepción hecha de Álava, se suprimirá totalmente el patronímico en la primera mitad del siglo XVI, lo que hace hoy en día a algunos indocumentados tener por maketos los apellidos patronímicos.
Al mismo tiempo, entre los siglos XIV y XVI, se va a producir otra práctica curiosa que consiste en utilizar el patronímico como una prolongación del nombre de pila, independientemente de cuál sea el nombre del padre, y se basa en imponer a cada niño al nacer el patronímico de la persona en cuyo honor se le ha impuesto el nombre. Veremos así, especialmente en las familias de la nobleza, a los hijos de un mismo matrimonio ostentar distinto patronímico.
A partir del siglo XVIII, el apellido en España quedará consolidado, abandonando estas prácticas descritas, salvo cuando, por obligaciones de un mayorazgo, se adoptaba el apellido de su fundador. También en esta época, con la finalidad de distinguirse unas personas de otras, comienza la práctica de utilizar un segundo apellido, que a veces —no siempre— puede ser el de la madre.
Esta costumbre quedará consagrada en la segunda mitad del siglo XIX tras la promulgación de la ley de Registro Civil. Vemos, por tanto, que es una práctica relativamente reciente.
Nota: Portada del libro y Figura 1 extraidas del artículo original. Figuras 2 y 3 aportadas por el patrocinio del blog.