Por el Dr.Don Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, Vizconde de Ayala y Marqués de la Floresta.(Universidade Técnica de Lisboa).
Durante el protectorado español, los Grimaldi recibieron de los monarcas españoles varios feudos en Italia, y el reconocimiento del título y dignidad de Príncipes con el tratamiento de alteza serenísima (1612-1614), alcanzando un rango supremo en la corte de Madrid cuando a finales de 1624 el Rey Don Felipe IV otorgó al Príncipe Honorato II (1597-1662) el collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro -la más prestigiosa Orden caballeresca de la Europa occidental-, con el que fue investido el 13 de abril de 1625 en la iglesia parroquial de Mónaco, por mano de su tío el Príncipe de Valditaro. Además, su tío Horacio Grimaldi (†1620) fue nombrado, en 1611, gentilhombre de boca de Su Majestad Católica; y pocos años más tarde, en 1629, el hijo y heredero el Príncipe, Hércules Grimaldi, Marqués de Baux (1623-1651), se cruzó como caballero de la Orden Militar de Alcántara.
Armas de los Grimaldi.
A pesar de las penurias de la Hacienda Real española, que fueron causa de muchos retrasos en el abono a los Grimaldi de las cantidades pactadas por Carlos Quinto, el protectorado español sobre Mónaco fue benéfico, y las relaciones entre españoles y monegascos fueron buenas -salvo en el último decenio, es decir a partir de 1630-.
Efectivamente, la decisión del cardenal Richelieu, valido del Rey Luis XIII de Francia, de reanudar la guerra contra el Rey de España, mudó completamente la situación de los monegascos, ya que la guarnición española, amenazada por los franceses, se transformó pronto de aliada y protectora en fuerza de ocupación, ignorando la autoridad del Príncipe reinante Honorato II, que no pudo sufrir con paciencia estos abusos.
Honorato II (1597-1662) suscribió entonces un tratado de alianza secreto con Francia, firmado en Péronne el 14 de septiembre de 1641 – Luis XIII de inmediato le hizo Duque de Valentinois y Par de Francia, y le dio los collares de sus Ordres Royaux du Saint-Esprit et de Saint-Michel-, y dos meses más tarde, en la noche del 17 de noviembre, logró -mediante una estratagema que causó ocho muertos-, la rendición y salida de la guarnición española, que inmediatamente fue sustituida por una fuerza francesa. El escándalo en la corte española fue mayúsculo, y el disgusto no fue menor: considerado traidor al Rey, Honorato II fue privado del collar del Toisón de Oro -que ya había devuelto-, y sus feudos italianos confiscados -el Rey de Francia le compensó largamente de estas pérdidas-. La alianza política y militar con España quedó rota para siempre, y el Rey de España ordenó la conquista de la plaza fuerte de Mónaco, lo que acabó con el exilio del príncipe en París y con la ocupación militar española, que duró hasta la paz de los Pirineos de 1656. Un segundo momento, el más largo y el más denso, de las relaciones entre España y Mónaco.
Luis XIII.
A partir de aquella época, los Príncipes de Mónaco hicieron buenos matrimonios con hijas de la más alta nobleza francesa -Gramont, Lorraine-, que aportaron a la Casa cuantiosos bienes y rentas, y más títulos. En 1688, el Príncipe Luis I de Mónaco logró del Rey Luis XIV de Francia -su padrino de bautismo, por cierto- el definitivo reconocimiento como Príncipe soberano. En 1731 el Principado recayó en mujer, en la persona de Louise-Hyppolite (1697-1731), casada en 1715 con Jacques de Goyon de Matignon (1689-1751), un distinguido noble bretón que hubo de renunciar a que su prole llevase su apellido y armas en beneficio de las de los Grimaldi, para poder suceder en la soberanía monegasca.
Durante los siglos XVII y XVIII, la corte de los Príncipes monegascos se distinguió por su refinamiento y su afición a las bellas artes. Honorato II reunió una importante colección de más de setecientas pinturas -entre las que se contaba incluso una pintura del Tiziano-, y sus sucesores protegieron a muchos músicos. Estas colecciones serán exhibidas al público precisamente a partir del reinado de nuestro biografiado Alberto I, que consideraba les deux forces directrices de la civilisation: l’art et la Science. Al mismo tiempo, los Príncipes monegascos de finales del Seiscientos y de todo el Setecientos se movían en la órbita de la brillantísima corte de Versalles, desempeñando además embajadas y mandos militares por encargo de los Reyes de Francia.
La Revolución francesa, como es natural, causó la desaparición temporal del Principado, anexionado el 15 de febrero de 1793 al territorio de la naciente República francesa dentro del Departamento de los Alpes Marítimos; pero el entonces Príncipe Honorato III (1720-1795), casado con la hija de un Dux de Génova, logró salvar la vida durante el Terror, aunque murió al poco. No tuvo tanta suerte Teresa de Choiseul-Stainville, esposa del Príncipe José de Mónaco, que afrontó bravamente la guillotina en 1794, muy pocas horas antes del golpe de Thermidor, que causó la caída de Robespierre y el fin del Terror.
La Restauración de 1814 restableció el Principado, tal y como existía antes de 1789, mediante el Tratado de París, suscrito en mayo de aquel año; el Príncipe Honorato IV (1758-1819) se encontraba muy enfermo como para gobernarlo, pero había hecho un gran matrimonio con la heredera de los Duques de Mazarino, cuyo título y enorme fortuna quedaron incorporados a la Casa de Mónaco. Su hijo y heredero Honorato V (1778-1841) estuvo al servicio de Napoleón como caballerizo mayor de la Emperatriz Josefina, y fue creado Barón del Imperio; en 1816, a pesar de ser vasallo del Rey de Francia, hizo también pleito homenaje al Rey de Cerdeña y Duque de Saboya por sus feudos de Menton y de Roquebrune, y de hecho Mónaco quedó sujeto a la tutela sardo-piamontesa.
Efectivamente, el segundo Tratado de París, firmado allí en 20 de noviembre de 1815 -tras la definitiva caída de Napoleón, después de los Cien Días-, puso a Mónaco bajo la tutela política y la protección del Rey de Cerdeña, esto es, de los Duques de Saboya, que a partir de 1860 serían ya Reyes de Italia.
Carlos III de Mónaco.
El Príncipe Carlos III de Mónaco (1818-1889), asociado al trono por su padre Florestán I y después reinante desde 1856, hizo gala siempre de una sólida formación política y procuró sustraerse a ese protectorado sardo-piamontés, procurando su independencia y soberanía: por eso fundó en 1858 la Orden de San Carlos, y por eso fomentó la presencia diplomática monegasca en todas partes.
Durante el siglo XIX, Mónaco se fue empobreciendo y su situación económica llegó a ser pésima. El Condado de Niza, secular posesión piamontesa, y las ciudades monegascas de Menton y Roquebrune, pasaron a ser territorio francés en 1860, en virtud del Tratado de Turín y previo el referéndum de sus poblaciones respectivas, dejando al Principado de Mónaco rodeado por todas partes -salvo el de la mar- por territorio francés. Pero, a cambio, el Principado pudo ver reconocidas por Napoleón III sus fronteras y su soberanía. Mediante la bula pontificia Quemadmodum Sollicitus Pastor, el Papa León XIII erigió a Mónaco en diócesis, cuyo primer titular sería monseñor Charles Themet.
A Carlos III se debió también la fundación de Monte-Carlo sobre la explanada vecina al puerto y ciudadela de Mónaco. Fue en 1863 cuando el Príncipe Carlos III llevó a la práctica una feliz iniciativa: la de conceder al empresario Louis Blanc el negocio de la explotación de los baños de mar -que por entonces comenzaban a ponerse de moda en toda Europa como remedio de salud- y la licencia para establecer un casino de juego. La oposición del Gobierno francés hubo de ceder ante la amenaza del Príncipe de abdicar en favor de su primo, el germano Duque de Urach. Nacieron así la célebre Societé des Bains de Mer y el aún más famoso Casino, pronto rodeado de la nueva población de Monte-Carlo, que enriquecieron al Principado y le dieron la fama universal de la que goza todavía hoy.
Casino de Monte-Carlo en la actualidad.
De aquel Príncipe Carlos III fue hijo y heredero Alberto I, el Príncipe del Mar (1848-1922), cuya figura es una de las más interesantes y atractivas no sólo de la historia monegasca, sino del patrimonio histórico y científico de toda Europa. Ciertamente, Alberto I fue un hombre pleno, un humanista y un científico de primerísima fila, cuyos legados espiritual y científico trascienden a la época en que le tocó vivir, y uno de los pocos príncipes y gobernantes que han logrado proporcionar a la sociedad mucho más de lo que desde su cuna recibieron. Alberto I de Mónaco dedicó toda su vida al estudio del mar, y se le considera el padre de la moderna Oceanografía. Sus campañas a bordo de sus propios buques significaron enormes y decisivos avances en la investigación científica y en la difusión de los logros obtenidos. Pero a esta vasta labor científica en el ámbito marino se sumaron otras, no menores, en los ámbitos de la Paleontología y de la Antropología. Finalmente, Alberto Grimaldi fue una persona de carácter notable, y un gobernante moderno y renovador, un liberal convencido, que dio a Mónaco su primera Constitución política, y que luchó por la paz y la concordia en toda Europa, promoviendo y manteniendo el Institut International de la Paix.
Y, sin embargo de tantos merecimientos, este gran hombre, en el pleno y merecido sentido del término, es apenas conocido en España, que fue precisamente en donde se formó como marino -a bordo de los buques de la Armada Española-, y en donde realizó buena parte de sus campañas oceanográficas, en particular la última, a bordo del Giralda (1920). Y a su voluntad se debió la fundación, en 1914, del Instituto Español de Oceanografía, que tantísimos buenos frutos ha proporcionado a España, y que hoy en día, a las puertas ya de su centenario, continúa dándolos.

Alberto I.
Ciertamente, desde muy joven, Alberto Grimaldi se sintió atraído por la mar, y fue su tenacidad la que le permitió convencer a su padre, el Príncipe Carlos III, de que esa afición no era ni una veleidad pasajera ni un capricho de adolescente. En 1865 este jovencísimo Duque de Valentinois fue admitido en la Escuela Naval Imperial gala, ubicada en el puerto bretón de Lorient. Pero las circunstancias políticas del Principado, en sus relaciones con el Imperio francés, hacían aconsejable que el heredero monegasco no se formase en la Marina francesa. Estas circunstancias obligaron a buscar otra escuela, y resultó escogida la Armada Española. Y la real orden de 4 de febrero de 1866, dirigida por el ministro de Marina al ministro de Estado, le informaba de que Atendiendo gustosa la Reina (q. D. g.) a los deseos expresados por S.A. Real (sic) el Príncipe Alberto Honorio Carlos, heredero de Mónaco, Duque de Valentinois, se ha servido concederle el empleo de Alférez de Navío de la Armada Nacional, disponiendo al mismo tiempo que el nombre de S.A. figure en el escalafón respectivo desde la fecha de esta concesión. Por cierto que en la patente de tal alférez de navío se hizo constar Sermo. Sr. Príncipe Alberto Honorato Carlos, Heredero de Mónaco, Duque de Valentinois, Grande de España de 1ª clase.

Fragata Tetuán.
El Duque de Valentinois sirvió desde entonces en la moderna fragata Tetuán, siendo su padrino -o sea, preceptor y tutor- el teniente de navío don Simón Manzanos y Sáenz, que enseguida se puso manos a la obra para la elaboración de un plan de estudios cuyo objetivo consistía en que Su Alteza se integrara con rapidez en los usos y normas de nuestra Armada: instrucción militar, instrucción marinera, e instrucción facultativa o científica. A bordo de la Tetuán, Su Alteza navegó durante aquel año de Cádiz a La Habana y vuelta (julio-agosto); de Cádiz a Vigo (agosto); de Vigo a La Habana y vuelta (septiembre); y de Vigo a Cádiz (octubre). Ya en 1866 fue destinado al Apostadero de La Habana, y embarcó allí en el vapor de guerra Hernán Cortés, realizando a su bordo una campaña de vigilancia en aguas de Puerto Rico, Jamaica y Santo Domingo, entre otras islas, que se prolongó hasta el mes de mayo del año siguiente de 1867.

La Habana.

Ya en junio volvió a La Habana para integrarse, a partir del 24 de junio, en la dotación del vapor Blasco de Garay, que realizaría durante los meses siguientes idéntica misión de control del tráfico marítimo en las aguas puertorriqueñas. Es precisamente durante su destino en este último vapor cuando, autorizado por su comandante a estibarla con los demás botes, el alférez de navío Grimaldi adquiere una pequeña balandra de construcción estadounidense, que utilizó para el reconocimiento y extracción de peces en las cercanías de los distintos fondeaderos del buque.

Vapor Blasco de Garay
En agosto de 1868 ascendió a teniente de navío. Desgraciadamente, muy poco después estalló la revolución el 29 de septiembre de 1868 -La Gloriosa la denominaron sus partidarios- que causó el destronamiento y exilio de Isabel II, y Grimaldi pidió licencia para dejar el servicio activo; licencia que se fue prolongando por muchos años. Cuarenta años más tarde, Alberto I de Mónaco reconocería cómo hoy, que mi carrera de marino se halla adelantada, debo insistir en mi gratitud a mis antiguos maestros españoles, que heredaron de sus mayores el valor, la nobleza y la generosidad, cualidades sin las que es imposible llegar a ser.
El 9 de febrero de 1875 fue promovido a teniente de navío de 1ª clase; el 11 de febrero de 1878 se le concedió una cruz del mérito naval de 2ª clase con distintivo blanco; el 8 de noviembre siguiente se le promovió al empleo de capitán de fragata; el 24 de julio de 1886 recibió la gran cruz de la Orden del Mérito Naval con distintivo blanco; el 11 de marzo de 1896 el Príncipe de Mónaco ascendió a capitán de navío de 1ª clase (encabezando el escalafón de la escala activa, lo que planteó un pequeño problema, pues de hecho podía aspirar a desempeñar cualquier puesto de los disponibles para su empleo); y finalmente, y debido a la regia gracia de Don Alfonso XIII, el Príncipe Alberto I de Mónaco alcanzaría en 1912 el rango de contralmirante honorario de la Armada española.

Proclamación de Alberto I.
Como colofón de este tercer momento de las relaciones de España con Mónaco, he de recordar que cuando Alberto I a bordo de su primer yate oceanográfico, el Hirondelle, entró a reparar en La Carraca en 1878, pidió a Su Majestad el Rey la gracia de que su dotación fuera siempre compuesta por marineros españoles, a lo que accedió el Soberano español por medio de un real orden.
Como queda reflejado en estos significativos párrafos, el cariño a la Armada y sus gratos recuerdos a su servicio, estuvieron siempre presentes en el corazón del Príncipe, y como buena prueba de ello lo certifica el hecho de que siempre que embarcaba en algún buque de guerra español, lo hacía luciendo con orgullo su uniforme de oficial de la Armada.
Luis II (1870-1949), hijo y heredero del españolísimo Príncipe del Mar, fue general de división del Ejército francés durante la I Guerra Mundial, permaneció soltero hasta sus últimos años de vida, y no dejó sucesión legítima. Para evitar la posible anexión a Francia -ya que el heredero inmediato era su sobrino el Duque de Urach, un Wittelsbach, germano y por ende súbdito del odiado Kaiser-, este Príncipe reconoció desde 1911, y legitimó en 1919, a su hija natural Charlotte Louvet, titulada Duquesa de Valentinois (1898-1977), que de su matrimonio con el francés conde Pierre de Polignac (1895-1964), fue madre del futuro Príncipe Rainiero III.
Notemos la secular tradición que se observa en la Casa de Grimaldi en cuanto a la desgraciada vida matrimonial de sus Príncipes: Honorato III se divorció en 1770 de su rica esposa la genovesa María Catalina de Brignole-Sale -que durante los cuarenta y ocho años anteriores venía siendo la amante pública del Príncipe de Condé, con el que al fin se casó-; su hijo Honorato IV se divorció en 1798 de Luisa, Duquesa de Mazarino –que contrajo luego varios matrimonios-. El Príncipe Alberto I, vió fracasar sus dos matrimonios sucesivos, el primero celebrado en 1869 con la británica Mary Victoria Hamilton, y el segundo en 1889 con Marie Alice Heine. Luis II, escarmentado de la experiencia paterna quizá, huyó del matrimonio, aunque tres años antes de su muerte lo contrajo con la actriz Ghislaine Dommanget. Su legitimada heredera, la Duquesa de Valentinois, tampoco fue feliz en su matrimonio con el conde Pierre de Polignac, del que se separó en 1930. De la vida sentimental de sus descendientes contemporáneos nada diremos.

Rainiero III y Grace Kelly, el día de su boda.
El Príncipe Rainiero III (1923-2005) sirvió en el Ejército francés durante la II Guerra Mundial, subió al trono monegasco a la muerte de su abuelo Luis II, en 1949, y supo administrar perfectamente el pequeño Principado, le dotó de una nueva constitución en 1962, y sobre todo su imagen universal, dotándolo de un aura de prestigio, de distinción y de glamour que produjo grandes beneficios. Hizo un famoso matrimonio con la bellísima actriz norteamericana Grace Patricia Kelly (1929-1982), fallecida trágicamente, que le dio tres hijos: Carolina (casada sucesivamente con Philippe Junot, con Stefano Casiraghi, y por fin con el Duque de Hannover); Alberto, Marqués de Baux; y Estefanía (casada también varias veces). Las dos princesas tienen larga prole.
Y entonces llegó el cuarto momento de intensificación de las relaciones hispano-monegascas: fue cuando el Príncipe Rainiero pidió a Doña Victoria Eugenia, la Reina Viuda de España, que aprovechase sus frecuentes estancias en el Rocher para instruir a la norteamericana Princesa Grace en los usos y costumbres de las cortes europeas. Y la Reina accedió a sus deseos, instalándose en la propiedad principesca del Clos Saint-Pierre. Ena de Battenberg cumplió con los ruegos del Príncipe a la perfección, y con mucha paciencia por su parte, y no menor voluntad por parte de su educanda Grace Kelly, logró que esta aprendiese a fondo todos esos arcanos cortesanos, y supiera administrar todo un palacio y una corte, con el buen resultado que todos conocemos. La Reina tomó tal afecto a Grace Kelly, que la llegó a considerar como a una más de sus hijas. Agradecidos los Príncipes de Mónaco a la Reina Viuda de España, en 1958 la hicieron madrina de bautismo de su heredero, el hoy reinante Príncipe Alberto II.

Alberto II.
El 19 de noviembre de 2005 tuvo lugar la solemne proclamación como Príncipe soberano de Alberto II, Príncipe de Mónaco, Duque de Valentinois, Marqués de Baux, Conde de Carladès, Barón de Buis, Señor de Saint-Rémy, Sire de Matignon, Conde de Thorigny, Barón de Saint-Lô, de la Luthumière y de Hambye, Duque de Estouteville, de Mazarin y de Mayenne, Príncipe de Château-Porcien, Conde de Ferrette, de Belfort, de Tahnn y de Rosemont, Barón de Altkirch, Señor de Insenheim, Marqués de Chilly, Conde de Longjumeau, Barón de Massy y Marqués de Guiscard, nacido en Mónaco el 14 de marzo de 1958, ha abierto un nuevo y prometedor periodo en la ya centenaria historia del Rocher sobre el que los Grimaldi reinan desde 1297, aliados sucesivos de Florencia, de Génova, del Papado, de España y de Francia, manteniendo siempre su soberanía e independencia a lo largo de los siglos, de las mudanzas políticas, de las guerras y de las revoluciones.