Por lo extenso de este magnífico artículo, que nos hizo llegar a la redacción de este blog el Vizconde de Ayala y Marqués de la Floresta,  D. Alfonso de Ceballos, hemos decidido publicarlo en dos partes. La primera de ellas será a la que dediquemos la entrada de hoy, dejando la segunda parte como entrada de mañana día 05 de julio.



ESPAÑA Y MÓNACO: CUATRO MOMENTOS HISTÓRICOS ( 1ªParte).

Por el Dr.Don Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, Vizconde de Ayala y Marqués de la Floresta.(Universidade Técnica de Lisboa).
Con ocasión de las bodas del Príncipe de Mónaco reinante con una hermosa sirena sudafricana, se me ocurre glosar brevemente la historia del Rocher -literalmente, el Roquedal o el Peñasco-, y en particular cuatro momentos en los que ha tenido una especial relación con España. Pues, aunque separados por muchos kilómetros de distancia -millas marinas, si se quiere-, la historia de las relaciones hispano-monegascas es rica en sucesos, unos benéficos y otros no tanto.
El Principado de Mónaco ocupa una estrecha banda sobre la llamada Costa Azul francesa, en la que tienen su asiento algunas de las más famosas poblaciones turísticas internacionales: es -después del Vaticano- el más pequeño de los Estados europeos, ya que su superficie es de 195 hectáreas, de las cuales casi 40 han sido ganadas al mar durante los últimos veinte años, y su anchura que no sobrepasa los 1.050 metros, se reduce en algunos puntos a los 350 metros; la fachada al mar es larga de 4.100 metros. Situado a 18 kilómetros de Niza, y a 12 kilómetros de la frontera italiana, está completamente enclavado, salvo por su costa, en Francia.
Y, sin embargo, su historia no se limita al último siglo y medio, sino que es larga en el tiempo, y también muy agitada.
La región, primitivamente frecuentada por los comerciantes fenicios, y sin duda alguna muy romanizada poco después -por allí pasaba la vía Heracliana-, fue ocupada primero por los bárbaros y luego por los sarracenos, desde el siglo VI al siglo X: Fraxinetum, el famoso nido de piratas sarracenos que asolaban las aguas y poblaciones próximas, subsistió hasta los últimos decenios del siglo X. Como consecuencia de esta amenaza, los numerosos promontorios roqueros que jalonan esta costa movieron a los nobles que la dominaban a levantar en ellos castillos y fortalezas, que devolvieron la tranquilidad a la zona a partir del siglo XI.
Durante el siglo XII, año de 1162, el Emperador Federico I Barbarroja concedió a la República de Génova ciertos derechos sobre toda la costa ligur, que alcanzaba desde Porto Venere hasta el litoral de los alrededores de Niza. En el año de 1191, el Emperador Enrique VI concedió a Génova el Rocher de Mónaco, con su puerto y tierras adyacentes: allí instalaron los genoveses una colonia, construyendo en 1215 un castillo, que vino a ser el puesto fronterizo al oeste de la República.
Una de las primeras familias patricias de Génova era ya entonces la de Grimaldi, cuyos miembros se interesaron desde luego por el excelente puerto de Mónaco, dominado por el pequeño castillo roquero situado sobre el promontorio inmediato -el más tarde celebérrimo Rocher-. Estos Grimaldi traen su ascendencia conocida de un caballero genovés llamado Otone Canella, nacido hacia 1070, cónsul de Génova en 1123, muerto antes de 1143; su hijo menor, Grimaldo Canella (†1184) daría apellido a la dinastía monegasca.

Rainiero I.
En 1270, la guerra civil que padecía Génova enfrentó a los güelfos (partidarios del Papado) y a los gibelinos (partidarios del Imperio). La victoria de estos últimos provocó el exilio de numerosas familias de güelfos, entre ellas la de los Grimaldi. A finales del siglo XIII, el 8 de enero de 1297 para ser exactos, el exiliado Francesco Grimaldi (†1309), justamente apodado Malizia -que era uno de los tataranietos del antes citado Grimaldo Canella-, decidió establecerse permanentemente en Mónaco. Según una constante y antigua tradición, Francesco Grimaldi, a la cabeza de un grupo de güelfos exiliados, logró introducirse en el castillo, todos disfrazados de frailes franciscanos: por esta razón las armas de Mónaco, el conocido losanjeado de plata y gules, se representan sostenidas por dos frailes armados de sendas espadas desnudas.

Armas del Principado de Mónaco.

De esta legendaria y astuta manera los Grimaldi se apoderaron del rocher de Mónaco, hace ya siete siglos, estableciéndose permanentemente en aquel territorio. No obstante, aquel primer intento de señorear Mónaco fracasó luego, porque Malizia perdió la fortaleza en el año de 1301, aunque sus deudos la recuperaron entre 1317 y 1327.

Los descendientes de un primo de aquel primer Francesco Grimaldi -que no dejó prole- se han ido sucediendo hereditariamente en la soberanía de Mónaco. Efectivamente, Carlo Grimaldi (†1363), jefe güelfo, se apoderó de nuevo del Rocher en 1331 -aunque no se tituló Señor de Mónaco hasta 1342-; por cierto que como almirante de Francia atacó Southampton y combatió en Crécy, pero perdió la plaza fuerte de Mónaco, tomada por su paisano el almirante genovés Simone Boccanegra. También adquirió el vecino Señorío de Menton en 1346, y el Señorío de Roquebrune en 1355: con el de Mónaco, estos tres feudos constituirían el territorio del Principado desde 1633 hasta 1861.

Jaime III de Mallorca.
Carlo Grimaldi, Señor de Mónaco, fue el primero de los soberanos monegascos que enlazó sus destinos con las Españas: fue cuando se hizo partidario del destronado Jaime III de Mallorca, al que acompañó a la isla en la fracasada expedición de 1347, mandando la flota napolitana. Entonces recibió del monarca mallorquín los señoríos de Sóller con todo su valle, y de la ciudad fortificada de Alcudia, ambos con título baronal. Y de nuevo volvió el Señor de Mónaco a Mallorca con la expedición de reconquista organizada en 1349, y entonces fue creado Conde de Buñola. La empresa, como es sabido, acabó en desastre, y allí cayó Jaime III combatiendo valerosamente a los invasores aragoneses. Un primer momento de historia común.

Palacio del Principado, construido sobre la fortaleza cuya primera piedra fue puesta en 1215 por los hombres del gibelino genovés Fulco del Casello
Sería su hijo Rainiero II, Señor de Menton (†1407) quien recuperó la villa y el puerto de Mónaco entre 1395 y 1402; pero sólo a partir de 1419 el dominio de los Grimaldi se hizo ya definitivo. Fue este señor feudal el que estableció la norma sucesoria de que, si el Señorío recaía en hembra, ésta debería contraer matrimonio con un pariente Grimaldi, para conservar el linaje: y tal ocurrió cuando su nieta Claudine, Señora de Mónaco y de Menton, hubo de casarse con su lejano primo Lamberto Grimaldi, a finales del siglo XV.
Mientras tanto, los Señores de Mónaco procuraban alcanzar una soberanía independiente. En 1489, los Duques de Saboya, que eran ya entonces señores soberanos naturales de estas tierras mediterráneas, declararon el Señorío monegasco libre de todo deber feudal ; y en 1512 el Rey de Francia reconoció la independencia de Luciano Grimaldi (†1523), que desde aquel mismo momento comenzó a batir moneda propia. El Emperador Carlos V -recordemos que desde la alta Edad Media estos territorios estaban sometidos de iure al Sacro Romano Imperio Germánico- reconoció en 1525 la soberanía de los Grimaldi sobre Mónaco, en la persona de monseñor Augustin Grimaldi, Señor de Mónaco, Menton y Roquebrune, y obispo de Grasse.
Las conveniencias políticas de aquel pequeño señorío feudal, todavía marcadamente italiano, y en especial la amenaza del Rey de Francia -que intentaba la conquista de Italia- movieron a la República de Génova -y también a los Grimaldi monegascos- a aliarse con el otro gran poder europeo de aquel tiempo: el Emperador y Rey de España, perteneciente a la serenísima Casa de Austria. Y es que Mónaco, situado sobre el camino de la expansión francesa en Italia, se ve amenazado por Francisco I de Francia. Dos sucesivos Señores de Mónaco fueron por entonces asesinados por motivos políticos -Juan II Grimaldi en 1505, Luciano Grimaldi en 1523-. Políticamente, apenas sirvió de nada el tratado de alianza suscrito en 1512 con el Rey de Francia, bajo cuya protección se habían puesto los Señores de Mónaco, Roquebrune y Menton, y por el que Francisco I reconocía la independencia monegasca.
Los Grimaldi, amenazados tan directamente por un formidable vecino, hubieron de ponerse forzosamente bajo la protección española, y a tal fin se entablaron negociaciones secretas con el Rey de España, que entonces era Don Carlos I, más conocido universalmente por su título de Carlos Quinto, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1500-1558). La Majestad Católica y Cesárea se interesó desde luego en la protección del minúsculo Señorío mediterráneo porque su castillo parecía muy apto para acoger a una guarnición española que estorbase los progresos de los franceses hacia el norte de Italia, es decir hacia el Ducado de Milán -recordemos que el Milanesado era entonces una posesión hispana-, y su puerto era una óptima base de operaciones contra los franceses de Tolón y Marsella.

Carlos I de España y V de Alemanía
El asesinato del Señor de Mónaco en 1523, a manos de un protegido del Rey de Francia, inclinaron a su tío y sucesor, como a la vecina República de Génova, a acercarse a Carlos V. Su primo Leonardo Grimaldi era enviado a la corte imperial para tratar el asunto con la rapidez y la reserva que la supervivencia del Principado requerían.
El 7 de junio de 1524 ambas partes firmaban el Tratado de Burgos, y muy poco más tarde, el 5 de noviembre del mismo año, mejoraban su alianza mediante el Tratado de Tordesillas, mediante el cual Mónaco quedaba bajo la protección de los Reyes de España, y sujeto a una alianza con la Monarquía Universal hispánica, que reconocía la independencia monegasca. Monseñor Augustin Grimaldi, obispo de Grasse y entonces Señor de Mónaco, fue hecho consejero del Emperador, con una pensión de 2.500 escudos de oro anuales, y obtuvo además varias mercedes (facilidades para la compra y el aprovisionamiento de trigo, e indemnizaciones por los bienes que le fueron confiscados en Francia). El Rey de España se comprometió a incluir a Mónaco en todos los tratados que en adelante suscribiese -en especial con Francia-, y durante los siguientes ciento diecisiete años, una importante guarnición militar española protegió el castillo y el puerto de Mónaco -todavía hoy algunas viejas familias monegascas conservan apellidos netamente españoles-. De hecho, varias galeras españolas al mando de Hugo de Moncada ya estaban presentes en el puerto de Mónaco desde mediados de julio de 1524 al menos, para prevenir una agresión francesa, operando luego desde allí contra Tolón y Marsella: y al abrigo del puerto de Mónaco se acogieron tras sufrir un desastre a manos de los franceses, frente a Marsella.

Hugo de Moncada.
Y todavía alcanzó el obispo Señor de Mónaco una señaladísima merced de la Cesárea Majestad: cuando el Emperador se dirigía a Bolonia para ser solemnemente coronado por el Papa, la flota en la que viajaba, comandada por el gran Andrea Doria, hizo escala en el puerto de Mónaco, el 5 de agosto de 1529 -en la misma fecha en la que se firmó el Tratado de Cambray, que aseguraba la paz con Francia-. Y allí en Mónaco desembarcó aquel día el Emperador y Rey, permaneciendo alojado en el castillo de los Grimaldi hasta que el 9 de agosto partió de nuevo hacia Génova, acompañado por el Señor de Mónaco, obispo de Grasse, y por Honorato Grimaldi, niño de siete años que desde 1532 sería el nuevo Señor de Mónaco, Roquebrune y Menton. Un fresco que se exhibe en la fachada de la capilla del castillo de los Príncipes monegascos recuerda este gran acontecimiento, que sin duda debió de ser señaladísimo para los Grimaldi, al darles un inusitado prestigio internacional.
Honorato I de Mónaco (†1581) se batió con sus hombres contra los turcos en 1565, durante el Gran Sitio de Malta; y de nuevo lo hizo en 1571, en la gloriosa jornada de Lepanto -la más alta ocasión que vieron los siglos, en palabras del inmortal Cervantes, que allí se halló también-. Así, durante el siglo XVI y principios del XVII, los Grimaldi fueron fieles vasallos de la Casa de Austria, en su línea de los Reyes de España, y esta fue la razón de que, en 1612, Honorato II asumiera el título de Príncipe soberano, a la manera de los del Sacro Imperio Romano Germánico, con el anejo tratamiento de Alteza Serenísima; enseguida fue reconocido como tal por el Rey de España, su aliado y gran protector. Desde entonces, los Grimaldi dejaron de utilizar oficialmente su apellido dinástico, para usar solamente su título principesco.

Honorato II.
De esta época que podríamos llamar propiamente hispana datan varias alianzas matrimoniales de los Grimaldi con hijas de la alta nobleza italo-hispánica: en 1595, Hércules I casaba con María Landi de Valditaro, hija del Príncipe de Valdetaro y de doña Juana de Aragón, descendiente de los Reyes de Aragón y de Portugal; en 1615, su hija Jeanne Grimaldi se casaba con el Conde Teodoro Trivulzio, vástago de una gran Casa del Milanesado y él mismo destacado político de la Monarquía española; en 1616, el propio Honorato II se casaba con su concuñada la Condesa Hipólita Trivulzio; por fin, en 1641 el heredero Hércules Grimaldi se unía a Aurelia Spínola, hija de los Duques de Molfetta, otra gran Casa de la nobleza genovesa, aliada entonces a España.
Por cierto que del año de 1610 data un curioso episodio, desconocido por la generalidad de los autores y genealogistas: nos referimos a los proyectados enlaces matrimoniales -que deben situarse en el contexto de la política de matrimonios que la Corona española procuraba arreglar entre los titulares de las grandes Casas nobiliarias de sus distintos reinos, estados y señoríos, para fortalecer la unidad de la Monarquía Universal hispánica- del Marqués de la Jamaica, primogénito del IV Duque de Veragua, Grande de España -el descendiente director de Cristóbal Colón, Descubridor del Nuevo Mundo-, con doña María Grimaldi, hermana del Señor de Mónaco -aún no eran príncipes los Grimaldi monegascos-; y el de Honorato II Grimaldi, Señor de Mónaco, con doña Luisa Colón y Portocarrero, hija también del mismo IV Duque de Veragua. Enlaces que se frustraron debido a razones políticas, pero cuyo intento no deja de ser curioso.