Cerca de cuarenta  obispos, los presidentes autonómicos de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, y de Navarra, Miguel Sanz Sesma, decenas de personas del mundo político, cultural y social, y varios miles de fieles, presididos por el Obispo de la Diócesis Monseñor Gerardo Melgar Viciosa, han estado presentes en la S. I. Catedral de El Burgo de Osma en la mañana del pasado domingo 5 de junio y han escuchado al Legado Papal, Cardenal Angelo Amato, leer la Carta Apostólica mediante la cual el Santo Padre, Benedicto XVI, inscribe al que fuera Obispo de Osma (1654-1659), Juan de Palafox y Mendoza, en el Libro de los Beatos.
Se culminaba de esta forma un largo proceso y un sueño largamente acariciado.
La Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria se une a la alegría de tan significativa efemérides y felicita a la jerarquía eclesiástica por el acierto de proponer como modelo de vida cristiana a quien supo vivir, pese a tantas vicisitudes y dificultades, las virtudes cristianas en grado heroico.
Breve reseña biográfica.
Juan de Palafox y Mendoza nació en Fitero, provincia de Navarra (España), el 24 de junio de 1600 y fue hijo de Jaime de Palafox y Rebolledo -Marqués de Ariza- y Ana Casanate y Espés que, por ocultar este nacimiento, permitió que una de sus criadas intentara arrojar al niño al río Alhama. Salvado de las aguas por la providencial intervención de un guardamonte, estuvo hasta los diez años a cargo de unos molineros. Su madre tomó el hábito de Carmelita descalza en Tarazona en 1601.
Aunque Palafox lo mantuvo en el anonimato, rezaba todos los días por los padres naturales y al volver de las Indias se recogía frecuentemente en el Pilar y en los conventos en los que había estado su madre. Y es que pesó en él, y mucho, el hecho de ser hijo ilegítimo, tan mal visto en la España de aquella época.
Fue bautizado el 29 de junio de 1600, festividad de San Pedro Apóstol. Los nueve primeros años los pasó en la casa de una familia de Fitero, que lo crió y le dio su apellido y que era pobre y numerosa.
Estos años tendrán una gran influencia en su temperamento y quedarán marcados en su corazón, de manera que fueron una constante en su vida el amor por de los pobres, los desfavorecidos y los indios, de los que siempre fue un fiel defensor y protector.
En 1609 es reconocido por su padre y a partir de aquí cambia mucho su vida. Juan era un niño inteligente y despierto. Estudia en los Jesuitas de Tarazona, Humanidades en Huesca y Derecho en Alcalá y Salamanca. Terminados sus estudios, volvió a Ariza y gobernó los estados de su padre, dedicándose al mismo tiempo a la lectura de autores importantes. Entre 1620 y 1625 gobernó el Marquesado de Ariza, donde no le faltaron problemas y dificultades con sus vasallos. Sin embargo, Juan de Palafox demostró buen sentido de gobierno y se preparó para mayores responsabilidades.
Muerto su padre en febrero de 1625, asumió la tutoría de sus tres hermanastros. Meses más tarde acudió a las Cortes de Aragón convocadas por el rey Felipe IV. Fue allí donde el Conde-Duque de Olivares descubrió su valía y le propuso ir a Madrid, donde fue fiscal del Consejo de guerra y, más tarde, del Consejo de Indias, donde tuvo actuaciones verdaderamente estelares. Él mismo afirma en sus escritos que durante esos años “se dio a todo género de vicios, de entretenimientos y desenfreno de pasiones”. Mas todo cambió en 1626. Una grave enfermedad de su hermana Lucrecia y la muerte sucesiva de dos grandes personajes le hicieron exclamar: “mira en qué paran los deseos humanos ambiciosos y mundanos”. La conversión fue radical. Junto a la oración y una frecuente vida sacramental, se impuso una durísima penitencia voluntaria el resto de su vida, al tiempo que con infatigable vigor acometía su trabajo cotidiano.
En 1629 es ordenado sacerdote y al poco tiempo el rey Felipe IV le nombra Capellán y Limosnero mayor de su hermana María, para que la acompañe en su viaje por Europa para ser la esposa del rey de Hungría, Fernando III. Este viaje, que duró tres años (1629- 1631), le da ocasión de conocer Europa, las convulsiones a las que está sometida y los desastres de la guerra. Es ésta una época en la que Palafox destaca como escritor.
En 1639 fue designado para ocupar la sede episcopal de Puebla de los Ángeles, a la vez que otros cargos de gobierno en la Nueva España. Antes de aceptar el episcopado, consultó su decisión con diversos personajes famosos en su tiempo, entre otros con Santo Tomás de Villanueva que le animó a aceptar a la vez que le hizo ver que Dios le quería santo de escoplo y martillo y no de pincel. Y así, el 27 de diciembre de 1639 recibía en San Bernardo de Madrid, rodeado de cistercienses, la consagración episcopal.
En 1640 parte para las Indias y permanecerá allí hasta 1649.
En este periodo desempeñará diversos cargos importantes al servicio de la Monarquía y de la Iglesia. Su labor en Puebla de los Ángeles fue realmente ingente. Visitó hasta el último rincón de ese inmenso territorio, ordenó por completo la diócesis, logró la reforma del clero secular y regular y de los conventos de monjas, escribió numerosas Pastorales, se volcó en tareas educativas, culturales y sociales, levantó cuarenta y cuatro templos, muchas ermitas y más de cien retablos, además de la catedral que él mismo consagró en abril de 1649. Frente al altar de las ánimas de este templo mandó abrir, con toda sencillez, su propio sepulcro.
En 1649 regresó a España por orden del rey, que juzgo políticamente provechoso llamarle a la península. Los primeros años de la década de los cincuenta los pasa en Madrid en la corte española como Consejero de Aragón y entregado a ejercicios piadosos.
En 1654 fue presentado para la sede de Osma, donde permanecería siendo obispo hasta su muerte el 1de octubre de 1659, sin poder legar a sus allegados más que los pocos objetos imprescindibles que le quedaban. El Cabildo, según las instrucciones establecidas, le dio sepultura de limosna, conociendo la pobreza con que había muerto.
En la entonces diócesis de Osma dejó un rastro imperecedero: elevó el nivel espiritual de la misma, fue generoso con los pobres hasta el extremo, escribió numerosas Pastorales y varios libros, tuvo siempre un gran desvelo por los marginados y desprotegidos de la sociedad y se preocupó incesantemente por la justicia.
La fama de santidad, de la que Palafox gozó ya en vida, se tradujo a su muerte en una pronta solicitud popular de beatificación. Tan insistente fue esta solicitud que sólo siete años más tarde, en 1666, se inicio el proceso canónico en Osma y en 1688 en Puebla.
En su vida confluyen su fecundidad como obispo, reformador, pensador, escritor, mecenas de las artes y la cultura, legislador y asceta. Destacó por su gran celo pastoral, demostrado en las visitas pastorales, fue un gran amante del rosario, del que decía que era el breviario de los que no saben leer, cuidó y cultivo espiritual y formativamente a los sacerdotes, contactó con la gente sencilla conociendo sus necesidades y socorriéndolas en lo que pudo.
Su estancia en Osma fue exclusivamente pastoral, de tal manera que los cinco años que permaneció en ella dejaron profunda huella en el pueblo fiel, en los sacerdotes y religiosos, motivo por el cual desde el mismo día de su muerte, el 1 de octubre de 1659, se empezó a hablar de recoger informaciones sobre su vida y virtudes.
(Información tomada de la página Web de la Diócesis de El Burgo de Osma-Soria).