Por el Dr. D José María de Montells ,Heraldo Mayor de esta Casa Troncal.

Desde que leí (y de esto hace ya más de cuarenta años) la formidable novela de Alejo Carpentier, “El Reino de este Mundo” mi atracción por Haití no ha hecho más que acrecentarse. Que un antiguo esclavo construya un estado de la nada y lo dote de instituciones europeas, no me parece cosa despreciable. Me refiero, claro está, a Henri Christophe, S.M. el Rey Henri I de Haití. Cierto es que le había precedido el emperador Jacques I, o lo que es lo mismo el general Jean Jacques Dessalines (1768-1806), el padre de la patria haitiana, que había proclamado la independencia en 1804 y que obsesionado por Napoleón, le había querido emular en todo, coronándose emperador. Su intento de introducir el trabajo forzoso en las plantaciones, movió a sus generales Petion y Christophe a deponerle y asesinarle. No parece que Jacques I se interesase por la heráldica y no nos ha llegado testimonio alguno de que utilizase armerías.
Sin embargo, Henri I, el protagonista de la novela de Carpentier, no sólo quiso adoptar armas propias (por resolución de 1 de Abril de 1811), similares a las utilizadas por los monarcas europeos, sino que concedió numerosos títulos nobiliarios y sus correspondientes escudos de armas, publicando además un Armorial General del Reino de Haití que el Colegio de Armas inglés ha reeditado con buen criterio, desde mi punto de vista (1) . La portada de este libro reproduce fielmente las armerías de Henri I, que pueden describirse:
Escudo de forma francesa. De azur, sembrado de estrellas de oro, un ave fénix de gules, coronado de oro, rodeado de un listel con el lema “Je renais de mes cendres” (Renazco de mis cenizas) Coronado de la Real de Haití y rodeado del Collar de la Orden Real y Militar de San Enrique. Sostenido todo por dos leones rampantes leopardados de armiño y coronados con la real haitiana, sobre una leyenda con el lema “Dieu, Ma Cause et Mon Epée” (Dios, mi causa y mi espada) .
Rey Henri Christophe.
Existieron diversas versiones de las armas grandes antes descritas. Que yo haya visto, una abreviada, con el escudo coronado y rodeado del collar. Otra segunda, con el escudo real sobre un trofeo militar compuesto de banderas y cañones y finalmente otra, sin duda, influida por la heráldica británica, con el escudo ensanchado en la parte superior, rodeado de una cinta, a modo de Jarretera, donde puede leerse el lema en latín: “Ex Cineribus Nascitur” (Renazco de mis cenizas). El título completo del rey Henri Christophe fue el siguiente:
Henri, por la Gracia de Dios y la Constitución del Estado, Rey de Haití, Soberano de la Tortuga y la Gonave e islas adyacentes, destructor de la Tiranía, Regenerador y Bienhechor de la nación haitiana, Creador de sus instituciones morales, políticas y militares, primer monarca coronado del Nuevo Mundo, Defensor de la Fe, Fundador de la Real y Militar Orden de San Enrique.
Coronado rey el 12 de junio de 1811, en una ceremonia en la que el arzobispo de Haití, Corneille Brelle, depositó las coronas sobre las cabezas de sus majestades Henri I y la reina María Luisa, ungidas con aceite de coco. La solemnidad de la coronación había sido un remedo de la de Napoleón en París, aunque el cetro de oro había sido remplazado por otro de ébano. En total, Henri I creó una nobleza nacional compuesta por 4 príncipes, 8 duques, 22 condes, 37 barones y 14 caballeros. Esto motivó algunas burlas en Europa, donde la expresión “nobleza haitiana” se volvió sinónimo de una aristocracia improvisada creada por un gobierno advenedizo. Asimismo, levantó 6 castillos y 8 palacios. Esos edificios majestuosos le valieron a Henri I el título de «Rey Constructor», entre ellos, el portentoso palacio de Saint-Souci, calificado por sus contemporáneos como “el más hermoso edifico residencial de toda América”. Y hubo aún más. Otra construcción que hoy todavía deja sin aliento a quienes la contemplan es la Fortaleza La Ferrière, con huecos para 365 cañones, uno por cada día del año. Esta Ciudadela sigue siendo la fortaleza más grande del hemisferio americano. Situada en la cima del Bonnet á l’Evêque (Bonete del Obispo) a 900 metros de altitud, se extiende sobre una superficie de 8.000 m 2. Su muralla es de un espesor que va de los 5 a los 7 mts., y sus muros longitudinales alcanzan los 940 mts., posee amplias cisternas capaces de conservar agua y depósitos para almacenar comida suficiente para unos 5000 soldados durante un año.
Pese a todo ello, el monarca, un adelantado de su tiempo, había pretendido demasiado de sus súbditos, creándose muchos descontentos por la excesiva severidad y la férrea disciplina a la que estaban sometidos. El 15 de agosto de 1820, Henri I que no se encontraba bien de salud, no quiso dejar de acompañar a su esposa a la iglesia. A mitad de la misa, el soberano rodó súbitamente por el suelo, presa de un ataque de apoplejía. La noticia corrió como reguero de pólvora, y las conspiraciones e intrigas tardaron menor de dos meses en liquidar el reinado.
En la tarde del 8 de octubre, aquel esclavo negro que se había convertido en rey, y ahora tenía cincuenta y tres años, se retiró a sus habitaciones del palacio de Saint-Souci y, tras tomar un baño, se suicidó disparándose una bala de oro en el corazón. En la sublevación que siguió a su muerte, su hijo adolescente, el “delfín” Víctor Henri, fue linchado por los sediciosos diez días después, y con su muerte, la dinastía Christophe quedó extinguida, ya que Henri I había impuesto la ley sálica, que no permitía a las mujeres ascender al trono o transmitir derechos a sus descendientes. Comienza aquí, a mi modesto entender, la tragedia de Haití y sus siempre fracasados esfuerzos para convertirse en una nación viable. A la caída de la monarquía, el rosario de golpes de estado, sublevaciones y motines sangrientos fueron y son innumerables. Siempre cabe pensar que de haber muerto en su cama, el monarca quizá hubiera culminado su proyecto de hacer un estado fuerte en un Haití laborioso y unido y la nación hubiera caminado por otros derroteros más estables.
Me interesa resaltar aquí la utilización de la heráldica como instrumento político de una modernización general. Haití sumido en la superstición y la ignorancia, bajo la nociva influencia del vudú, necesita de grandes reformas. El rey es consciente de ello e impulsa una monarquía a la altura de las naciones más importantes, tomando como modelo, la antigua metrópoli. Henri Christophe adopta entonces armas personales porque quiere emular a las grandes monarquías, pero concede armerías a la nueva nobleza por él creada para asegurarse la supervivencia de los usos y costumbres de los antiguos colonizadores, en el entorno de una nación recién constituida que debe ir adquiriendo su propio lenguaje tradicional.
Ni qué decir tiene que al advenimiento de la República, el escudo de armas del rey fue sustituido por un emblema nacido en 1813, muy semejante al actual, que con algunas variaciones ha hecho las veces de escudo nacional, con la salvedad del período que va desde 1849 a 1859, época del II Imperio haitiano, proclamado por el general Faustín Soulouque (1782-1873), desde aquella SMI Faustín I.
Faustin I.
Tras una fulgurante carrera militar, ya que en 1810, era teniente de la escolta de caballería del Presidente Boyer, llegando a Teniente General con el Presidente Riché, siendo nombrado Comandante General de la Guardia Nacional. Al morir Riché en febrero de 1847, los senadores Ardouin y Dupuy lo propusieron para la presidencia, pensando que sería su dócil instrumento, al conocer su analfabetismo. Fue elegido Presidente de la República el 1 de marzo de 1847, pero contrariamente a lo imaginado por Ardouin y Dupuy, demostró una fuerte voluntad y determinación, favoreciendo a los negros contra los mulatos. Una conspiración de la clase dirigente mulata fue reprimida con confiscaciones, proscripciones y ejecuciones. Los soldados negros efectuaron una matanza general en Port-au-Prince, que solo cesó cuando el cónsul francés Charles Reybaud amenazó con un desembarco de soldados de su país.
Corona de Faustin I.
En 1848 fue designado Presidente Vitalicio de Haití, de acuerdo con la constitución de 1846. En marzo de 1849 invadió la República Dominicana con un ejército de 4000 hombres, pero fue derrotado por el general Pedro Santana el 21 de abril de ese año en las vecindades de Ocoa y hubo de retirarse. El 26 de agosto de 1849, el Senado proclamó el Imperio de Haití y al general Soulouque como Emperador con el nombre de Faustino I, por decisión unánime del Poder Legislativo. Se rodeó de una lujosa corte, creó una nueva nobleza haitiana, fundó órdenes civiles y militares y emitió una Constitución Autoritaria. En diciembre de 1849 contrajo nupcias con Adélina Léveque, que le dio una hija, la Princesa Oliva. El 18 de abril de 1852, en unión de su consorte, fue coronado con gran pompa por el vicario de Port-au-Prince. A fines de 1855 invadió nuevamente la República Dominicana y otra vez fue derrotado por Santana, y al año siguiente fracasó en otro intento. La crisis económica se adueñó del país y hubo varias insurrecciones, que fueron duramente reprimidas. En diciembre de 1858 estalló una nueva revuelta, encabezada por el General Fabre Geffrard, Duque de Tabara, que tras varios choques con las fuerzas imperiales entró en al capital el 15 de enero de 1859. El Emperador tuvo que huir a Jamaica, aunque se le permitió volver, muriendo en su pueblo natal (Petit Goave) en 1873.
Una vez coronado en 1852, el emperador sustituyó el emblema republicano por otro que ya venía utilizando dos años antes y que consistía en un águila sobre dos cañones puestos en aspa. Así, el escudo de las armas imperiales se organizó de la siguiente manera:
De oro, una palmera, cargada de un águila imperial, puesta sobre dos cañones en aspa, coronado de la imperial y rodeado del collar de la Orden Imperial y Militar de San Faustino, sostenido por dos leones rampantes contornados. Todo puesto sobre un manto de púrpura, bordado de oro y forrado de armiño, coronado de la imperial haitiana con la leyenda cargada del lema; “Dieu, Ma Cause et Mon Epée” (Dios, mi causa y mi espada) que ya lo había sido del rey Henri I.
Faustin I.
En la pugna política y racial entre negros y mulatos, Faustín I, desea imponer la cultura africana de sus raíces más profundas, pero sin abandonar los usos suntuarios de las monarquías de Europa. Al emperador analfabeto se le antoja que la heráldica es un símbolo del poder y cuida el escudo imperial, como lo ha hecho con la corona de su consagración (fabricada por Arthus Bertrand de París) o la rica mano de justicia que sostiene en el grabado adjunto.
Otra tentativa de instaurar la monarquía tuvo lugar durante la presidencia de Sylvain Salnave (1826-1870) que fue proclamado Emperador con el nombre de Sylvain I, en Agosto de 1868, pero derrocado en 18 de diciembre de aquel mismo año, no le dio tiempo a utilizar armerías distintivas. Fue capturado y condenado a muerte en 1870.
De la otra y curiosa aventura monárquica de Haití, dio buena cuenta en memorable entrada de este mismo blog mi buen amigo Francisco Manuel de las Heras, el 11 de Septiembre de 2010. A ella me remito.
(1) The Armorial of Haiti. Symbols of nobility in the reign of Henry Christophe. The College of Arms. Ed. 2007.