Por el Dr. D. José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de esta Casa Troncal.

Mi tío Eugenio que era muy suyo, tenía un cartel muy primorosamente escrito en letra gótica, bien visible en su biblioteca, que rezaba “Prefiero perder un amigo que prestar un libro”. Él añadía de viva voz, que prestar un libro era la mejor manera de perder el amigo y el libro. No conocí a nadie que le pidiese un libro prestado.
Yo no he sido tan directo y me pesa. Hace pocos días, hablando del Libro de Tesoros de Antonio Orihuela, elogiosamente como no podía ser menos, un jeta me lo pidió en concepto de préstamo. Tan solo unos días, porque lee deprisa. Me sorprendí mintiendo como un bellaco. Engaño poco, lo imprescindible para no resultar maleducado. Que si a un poeta menor, le digo que me gustó mucho el poema de su autoría que leí en Cuadernos del Matemático o si conozco a una dama poco agraciada o rematadamente fea, alabo su hermosa mirada. Pero mentir, lo que se dice mentir, casi nunca.
En esta ocasión, estuve rápido: ¡Qué lástima! Precisamente, el sábado se lo dejé a mi hijo, que está muy interesado en la literatura de vanguardia. Dije, y me quedé más ancho que largo. Mentira podrida. Mi hijo Rafael gusta de los clásicos y no siente la menor curiosidad por lo que hacemos los poetas airados. Además, yo nunca presto un libro, ni a mi hijo. Prefiero regalárselo. No es el caso. El trabajo de Orihuela lo quiero para mí. Señal inequívoca es que lo he mandado encuadernar. Y cuando encuaderno un libro, siempre le marco con mi señal particular, con mi signo de propiedad, con mi ex libris. Es otra manera de defenderme. No presto libros que tengan mi ex libris, por si pierde, digo y después de mirar para otro lado, me hago el sueco.
Todo esto por justificar que mi admirado amigo virtual, Fernando Martínez Larrañaga, el redactor del blog Heraldistas, me ha regalado un nuevo ex libris. No soy coleccionista, pero me encantan los ex libris. Todos los que he tenido hasta ahora estaban dibujados en línea, en blanco y negro. Martínez Larrañaga que es un artistazo del diseño informático, lo ha pintado en color, tomando como emblema, el que perfiló Manuel Pardo de Vera para el Armorial de la Casa Troncal. Lo cierto es que yo le tenía sana envidia del ex libris que me envió orgulloso, mi colega y amigo Pierre Daniel de Losada, un Juez de Armas lazarista con sus armas, a todo color. El que ha diseñado Martínez Larrañaga es más homérico.
Es un maniquí siguiendo los modelos del Armorial Ecuestre del Toisón de Oro, armado y abanderado. Como para ahuyentar pelmas que te piden un libro prestado. Es un ex libris que no solo cumple con su primigenio objetivo: el de marcar que el libro en cuestión me pertenece, sino que también sirve para prevenir préstamos, so pena de sacar la espada de dos filos y pinchar al insolente. Un ex libris heráldico y a la par, aguerrido. Es, además, un ex libris que, lejos de reproducir la estampación antigua, ha sido realizado merced a las nuevas técnicas de ordenador. ¿Qué más se puede pedir? Pues loado sea Dios.