Por el Dr. José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de esta Casa Troncal.
En esta última fiesta de Reyes, la de 2011, Rafael Portell, tan conocedor de mis gustos, me ha regalado un libro de Manuel Barrios(1)  sobre los presuntos amantes de Isabel II, la de los tristes destinos y resulta, para mi asombro, que son legión. Claro está que el autor ha hinchado la nómina, con algunos personajes por los que la reina sintió simpatía, admiración o cariño, sin que se pruebe relación amorosa alguna. La verdad es que la reina no ha tenido nunca buena prensa. Sus contemporáneos fueron inmisericordes con sus supuestas debilidades eróticas y los historiadores han seguido al pie de la letra, los cotilleos y la maledicencia que imperaron en la corte de aquella de la reina castiza, de manera tal que ha quedado una imagen, probablemente distorsionada, de una mujer tan ávida de sexo que su descripción roza los límites de la depravación y el vicio. A ello contribuyó grandemente la obra de láminas satíricas y pornográficas de los hermanos Bécquer (Valeriano y Gustavo Adolfo) Los Borbones en pelota que tuvo enorme repercusión en su época.
S.M. la Reina Dña.Isabel II.
Yo creo que fue una mujer muy mal aconsejada, piadosa hasta la necedad y extremadamente apasionada. Un típico ejemplo del Romanticismo. Pero no me pega a mí que persona tan religiosa y pacata se abandonase tanto a los placeres de la carne como se ha dicho. Cierto es que su matrimonio con su primo don Francisco de Asís hizo aguas desde el primer momento, pero se me hace muy cuesta arriba que la mujer que escuchaba como a un oráculo a Sor Patrocinio, fuese la misma que se entregase al primer apuesto mancebo que se le cruzase en su camino.
La reina no me parece una ninfómana desorejada como han querido presentarla sus contemporáneos y la supuesta homosexualidad del rey consorte está por demostrar. Según Jesús Pabón, en su bien documentada biografía de Narváez(2) , el Rey era padre de varios hijos ilegítimos y tenía varias amantes conocidas. Que probablemente fuese un hombre afeminado, es posible, pero no ha llegado hasta nosotros ningún testimonio fehaciente de sus inclinaciones contra natura



D.Francisco de Asis de Borbón, Rey Consorte de España.



Resulta ahora que el majadero del conde de París, jefe de la Casa de Orleans y cabeza de la rama usurpadora, se descuelga con un comunicado, en el que para intentar defender sus pretendidos derechos a la Corona de Francia, descalifica a SAR don Luis Alfonso de Borbón, Duque de Anjou, afirmando que todos los Borbones de España son ilegítimos, para lo que da como probada la supuesta relación entre la reina María Luisa de Borbón Parma, esposa de Carlos IV, y Manuel Godoy, el Príncipe de la Paz, y por tanto adjudicando a esa relación la procedencia de los actuales Borbones. Es, desde luego, una falacia muy reiterada, que ningún cronista solvente sostiene a estas alturas.
Lo que algunos historiadores cuestionan es la legitimidad de los descendientes de Isabel II, porque atribuyen un origen espurio al Rey Alfonso XII, al que suponen fruto de los amores de su madre con don Enrique Puig Moltó. Falso también, a la luz de la tradición oral de la casa Borbón- Sevilla, según la cual, el verdadero padre de don Alfonso XII, sería el hermano del Rey consorte, don Enrique de Borbón, duque de Sevilla.
Como es sabido, Isabel II prefirió como marido, obligada o de buena gana, a su hermano don Francisco de Asís y según esta interpretación algo simplista, don Enrique no habría podido contener su decepción, que le llevaría a cometer los más diversos excesos como protesta ante lo que su sensibilidad herida percibía como una injusticia. Según esa tradición oral de la familia Borbón-Sevilla a la que antes hacía referencia, que desveló por vez primera el conocido historiador de temas dinásticos, Ricardo Mateos (3)  , y de la que no se ha hecho eco casi nadie, don Enrique habría sido el verdadero progenitor de Alfonso XII (y no Puigmoltó como se ha repetido hasta la saciedad) fruto de una apasionada jornada de amor entre ambos primos, ya que la reina, de acuerdo con algunos testimonios, siempre se sintió atraída por su pariente y cuñado, lo que desmiente en parte, esa actitud rencorosa que se atribuye al Infante por no haber sido el elegido para compartir el trono.



S.M. El Rey D. Alfonso XII.



Tampoco la caballerosidad y bonhomía del primer duque de Sevilla concuerda mucho con esa opinión que le presenta como un contumaz resentido. Que el supuesto idilio no trascendió y que la inmensa mayoría de los tratadistas lo ignoran, es un hecho, pero varios indicios, nada concluyentes pero sí elocuentes, corroboran esta tesis:
Un inquietante parecido físico entre el Duque de Sevilla y el príncipe de Asturias, muy acentuado en la adolescencia y juventud de ambos personajes, como atestiguan algunas fotografías y daguerrotipos.
Desde la caída de Isabel II, una constante preocupación de don Enrique por la educación de quien sería después Alfonso XII. Por ello, trata, en vano (hasta que Canóvas convenciese a la Reina de lo contrario) de que la Reina envíe al Príncipe de Asturias a educarse a Inglaterra en los principios liberales y parlamentarios, lejos de las cortes conservadoras europeas y de la influencia del imperio austríaco, que un radical como el Infante consideraba nefasta.
La obsesión de don Enrique por allanar el camino de una posible restauración que le llevaría inexorablemente al funesto duelo con Montpensier.
Y por último, el abandono de los hijos de don Enrique de las filas carlistas en el instante justo de consumarse la restauración en don Alfonso. A la luz de la supuesta paternidad del Infante don Enrique del hijo de Isabel II, cabe pensar que no continuaron al servicio de don Carlos, por no levantar armas contra su propio hermano. También ese estrecho parentesco secreto explicaría la amistad de don Enrique Pío de Borbón y Castellví, el II duque de Sevilla con Alfonso XII.



D.Enrique de Borbón, Duque de Sevilla.



Así que de Pugmoltejos, nada de nada y tampoco parece que tengan nada de Godoy. Borbones genuinos. Hasta en la difamación, los Orleans se equivocan porque como es sabido don Luis Alfonso habría heredado sus derechos al trono de Francia, directamente del Rey consorte, don Francisco de Asís, duque de Cádiz, hijo del Infante don Francisco de Paula, hermano de Fernando VII, tercer hijo de Carlos IV y no de doña Isabel II, ya que las damas no transmiten derechos en la sucesión gala, por lo que el Jefe de la Casa de Orleans, tan avispado él, se ha referido a Manuel Godoy, ignorando el episodio de Puig Moltó, tan aireado por nuestros articulistas e historiadores. El Orleans de marras no ha conseguido otra cosa que un monumental enojo del Rey, nada dispuesto a que se ponga en duda su legitimidad de origen. O sea otra idiotez gratuita para apuntar en su haber.
(1)Los amantes de Isabel II. Temas de hoy.Madrid (2001).
(2)Narváez y su época. Espasa-Calpe. Madrid (1983).
(3)Los desconocidos infantes de España. Thessalia. Barcelona (1996).