Semanas atrás, un asiduo lector del blog nos hacía la pregunta de quién era esa española de humilde condición que logró entrar en el círculo íntimo de la realeza europea de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Satisfaciendo la curiosidad de nuestro amable comunicante y para conocimiento general de nuestros seguidores, vamos a dar a conocer unas breves pinceladas de la vida de Carolina Otero Iglesias, la Bella Otero, Amante de Reyes.
El 4 de noviembre de 1868 nacía en Ponte de Valga, aldea de Pontevedra, una niña a la que su madre le puso sus apellidos porque su progenitor se negó a reconocerla como suya. Ninguno de sus paisanos sospechó que Agustina Carolina Otero Iglesias llegaría a adquirir fama universal, siendo considerada en su época como la gallega más bella del mundo.
Casa natal de Carolina Otero.
La niña iba creciendo entre mil dificultades económicas, destacando muy pronto por su gracia y hermosura. A los 11 años vivió una brutal experiencia, que la marcaría para siempre, al ser violada por un hombre en un bosque cercano a la aldea. La madre, para mejor proteger a su hija de los peligros que le acechaban, decidió internarla en un colegio de religiosas. Allí, a cambio de recibir una formación elemental, Agustina Carolina se encargaría de ayudar en las labores domésticas.



La Bella Otero.



A los 14 años, convertida en una adolescente desenfadada y muy atractiva, se enamora perdidamente de Paco, un joven más o menos de su misma edad al que, como a ella, le apasionaba el baile. Una noche se escapa del internado para ir con su pareja a bailar a un local de los alrededores. Agustina ya no volvería nunca más al colegio de monjas, marchando a Lisboa, donde de inmediato obtiene trabajo como bailarina. A partir de ahora comienza a llamarse Carolina, abandonando el más rígido y adusto nombre de Agustina.
Abandonada y burlada por Paco, Carolina Otero decide, tras la traumática experiencia de la violación y el desengaño amoroso sufrido, que nunca más llorará por amor y decide vengarse de los hombres en general y de los poderosos en particular, cuidándose muy bien de no enamorarse de ninguno de ellos.
Libro sobre la Bella Otero.
Su carrera artística fue meteórica. De Lisboa salta a Barcelona, donde actúa en el Palacio de Cristal. Tras su éxito de Barcelona pasa a Marsella, donde, por primera vez, se le anuncia en los carteles como «La Belle Otero». Finalmente, con solo 22 años debuta en la acreditada sala de fiestas parisina «Follies Bergère», alcanzando el cenit de su carrera. La Bella Otero se convierte en la reina indiscutible de las noches de París y pronto empezaron a lloverle contratos para actuar en las más importantes capitales del mundo: Londres, Budapest, Viena, Moscú, Sao Paulo, Buenos Aires, Nueva York…y hasta la lejana y exótica Tokio. La artista cobrará cifras siderales por cada actuación, alcanzando una sustanciosa fortuna que incrementaba con largueza gracias a la generosidad de sus amantes, lo más florido de la realeza europea.
Carolina Otero, la Bella Otero, apuntó en sus conquistas amorosas siempre a lo más alto de la escala social, sin molestarse en fingir un falso amor ni prometer eterna fidelidad, decepcionada por sus amargas experiencias en este terreno.
Nicolas I de Montenegro.
La flor y nata de la realeza se la disputaba por amante. Alberto I de Mónaco puso a la Bella Otero un lujoso piso en París, a la vez que la inundaba literalmente de obsequios y atenciones por un valor superior al millón de dólares. Al soberano monegasco, le sucedió en los favores de la artista el príncipe Nicolás de Montenegro.
Al mismo tiempo, la Bella Otero mantenía una relación paralela con el rey Leopoldo II de Bélgica, quien le obsequió con una bonita villa campestre y una residencia en Flandes, donde, el ya achacoso rey, la visitaba de vez en cuando.
Muzafar al-Din de Persia.
Al concluir ambas relaciones, le toca el turno al poderoso y riquísimo sha de Persia, Muzafar al-Din, quien puso por delante su fortuna para acceder a la alcoba de Carolina. Cada tarde, después de visitarla, Muzafar le enviaba un sirviente con un cuenco en cuyo interior lucía un valiosísimo diamante, cada día más grande y hermoso.



Leopoldo II de Belgica.
El zar Nicolás II de Rusia, último representante de la dinastía Romanof, también fue un rendido admirador de los encantos de la Bella Otero, a quien fueron a parar gran parte de los millones de rublos que el soberano ruso se gastaba en pasar el tiempo en la capital del Sena.El 4 de noviembre de 1898, fecha del 30 aniversario de Carolina, se celebró una verdadera «cumbre europea» en un salón privado del Casino de París.
Nicolas II de Rusia.
El zar de Rusia Nicolás II, el rey Leopoldo II de Bélgica, el príncipe Alberto de Mónaco, el príncipe Nicolás de Montenegro, el príncipe Eduardo de Gales, heredero de la Reina Victoria de Inglaterra, todos ellos amantes de la diva, le agasajaron con una suntuosa y elegantísima cena.
La Bella Otero no para en sus conquistas y en los primeros años del nuevo siglo XX, de regreso a España, al filo de los 40, mantiene un idilio con el joven rey Alfonso XIII, que tanta devoción profesaba al sexo femenino.
Alfonso XIII.
Inmensamente rica y todavía conservando la plenitud de su excepcional belleza, Carolina Otero comienza a recorrer los casinos europeos, víctima de una febril ludopatía, que le haría perder gran parte de su fortuna tan fácilmente amasada.
A los 50 años la Bella Otero opta por refugiarse en Niza, manteniéndose totalmente apartada de la vida social y artística, prefiriendo ocultarse a la vista de todos para mantener la mítica memoria de su hermosura. Allí vivió casi escondida durante largas décadas, hasta morir a la edad de 96 años un 12 de abril del no tan lejano 1965, la que bien podía vanagloriarse de haber conocido muy cerca gran parte de los reyes y soberanos del ayer.