El fusilamiento de Maximiliano aquel 19 de junio de 1867 se produjo conjuntamente con el de sus dos fieles generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, que murieron al grito de «¡Viva el Emperador!». Su esposa, la emperatriz Carlota, sacada a la fuerza del país y completamente loca, tuvo que ser encerrada en un castillo de los alrededores de Bruselas, donde vivió hasta su muerte, acaecida en enero de 1927, en la creencia que no había abandonado México. «¡No, no abdicaremos jamás!», se le oía gritar frecuentemente a la desgraciada.
Bandera y Escudo del Imperio Mejicano.
DUDAS Y CONTRADICCIONES EN LA MUERTE DE MAXIMILIANO.
Una vez fusilado Maximiliano, las autoridades se toman un mes en redactar el acta oficial de defunción, que se inscribe en el Juzgado del Registro Civil de Querétaro (Acta número 716 de 18 de julio de 1867). Allí consta escuetamente que «Fernando Maximiliano José falleció en el Cerro de las Campanas, según oficio de la Comandancia, el 19 de junio próximo pasado, a las siete de la mañana». En nota marginal se consigna que «por orden del Gobierno de esta fecha se quedó el cadáver depositado en el Palacio del mismo». Los datos generales, según el Juez del Estado Civil, J.A. Santos, que suscribió el documento, «fueron tomados del periódico de la Capital titulado El Globo, por no haber otros datos». La inscripción del acta de defunción se realiza, pues, en base a un escueto oficio de la Comandancia de un mes atrás, en el que solamente se dice que a las siete y cinco minutos de la mañana del 19 de junio de 1867, en cumplimiento de la sentencia del Consejo de Guerra fueron pasados por las armas los reos «Maximiliano de Austria, llamado el Emperador de México, y sus generales Tomás Mejía y Miguel Miramón».
Cerro de las Campanas, Lugar donde supuestamente fue fusilado Maximiliano I.
Tras la lectura de este documento, forzoso es preguntarse: ¿por qué esa escasez de datos documentales y escasísima descripción del luctuoso hecho?, ¿por qué tanta tardanza y dilación en ejecutar unos trámites que por la importancia del personaje y la presión internacional deberían haberse ejecutado de inmediato?, ¿por qué el juez ni siquiera pudo ver el cadáver de la persona cuya muerte acababa de inscribir en el registro civil?
Rolando Deneke, salvadoreño que ha investigado a fondo este tema, pone de manifiesto ciertas incongruencias en el supuesto fusilamiento de Maximiliano. Así, se extraña de que la ejecución fuese privada y no pública, como exigía la legislación de la época. Además, el pelotón de fusilamiento estaba compuesto por soldados de una región alejada de la capital que no conocían al emperador. Por otra parte, la ejecución fue retrasada en dos ocasiones.
Las peticiones de clemencia que todas las potencias mundiales dirigieron a Juárez fueron unánimes. El escritor francés Víctor Hugo y el general italiano Garibaldi, ambos señalados antimonárquicos, escribieron al presidente mexicano pidiéndole que perdonara la vida al emperador. ¿Lo hizo realmente Juárez, pero, cubriéndose las espaldas ante sus huestes, teatralizó un simulacro de fusilamiento?
Maximiliano era un elevado grado de la masonería, al igual que Juárez. El juramento masónico prohíbe matar a un hermano. La masonería internacional bien podría haber intervenido para salvar, en el último momento, la vida del desdichado archiduque.
Estudiando detenidamente la documentación del proceso instruido, hemos identificado entre el papeleo originado durante la celebración del juicio que Maximiliano mantuvo un enigmático contacto epistolar directamente con Benito Juárez. A la media noche del 25 de mayo de 1867, el emperador solicita al juez instructor permiso, que le es concedido, para escribir una carta al Presidente de la República. El contenido de esa carta, según la versión oficial, se nos antoja inocuo y ridículo. En ella escribe Maximiliano que «no conociendo bastante el idioma español en el sentido legal, deseo que en el caso de que mis defensores lleguen un poco tarde, se me conceda el tiempo necesario para mi defensa y arreglo de mis negocios privados».
Un trámite de técnica procesal tan simple no era preciso someterlo al más alto dignatario del estado. Somos de la opinión de que esa «carta pantalla», que quedaría registrada entre los legajos del proceso, iba acompañada de otro escrito de mayor calado y profundidad, en el que posiblemente Maximiliano, respondiendo a una oferta de Juárez, hiciese una formal promesa al caudillo republicano, comprometiéndose a desaparecer de la vista de todos y para siempre, si se le perdonaba la vida.
En esta misma línea, y para ratificar lo declarado en la carta realmente remitida a Juárez, al día siguiente, 26 de mayo, Maximiliano vuelve a escribirle, dándole el tratamiento de Señor Presidente, comunicándole su deseo de «hablar personalmente con usted de asuntos graves y muy importantes al país». ¿Quería de esta forma Maximiliano tranquilizar a Juárez sobre el cumplimiento de su palabra?
Pero esto no es todo. Estando prevista la ejecución de los reos para la tarde del 16 de junio, el General Escobedo, responsable en Querétaro de la custodia de los prisioneros, recibe un telegrama urgente en el que se informa de que «se ha confirmado la sentencia del Consejo de Guerra y se ha ordenado la ejecución en la tarde de hoy». Se manifiesta, así mismo, que el gobierno ha rechazado la gracia del indulto «después que ha tenido sobre este punto las más detenidas deliberaciones», pero, sorprendentemente, decreta un nuevo aplazamiento, el segundo, «para que los sentenciados tengan el tiempo necesario para el arreglo de sus asuntos», ya que «el Ciudadano Presidente de la República ha determinado que no se verifique la ejecución de los tres sentenciados, sino hasta la mañana del miércoles diez y nueve del mes corriente».
Benito Juarez.
Vemos, pues, cómo el propio Benito Juárez es quien paraliza la ejecución nuevamente por espacio de casi tres días. Decidido como estaba a hacer cumplir, aparentemente, la sentencia del Consejo de Guerra, y dada la enorme presión internacional y el desgaste a que estaba siendo sometido el régimen mexicano, ¿qué sentido tenía ese nuevo aplazamiento que más que beneficiarle le perjudicaba al prolongar una tan incómoda situación a los ojos de la comunidad internacional? En ningún sitio queda constancia del «arreglo de los asuntos» que hicieron los reos en esos días. ¿Qué estaba sucediendo en la realidad? Benito Juárez mató al Emperador de México, pero, tal vez, no a Maximiliano de Habsburgo.
Para complicar más los hechos, en aquellos momentos surgieron serias dudas sobre la identidad del cadáver de Maximiliano. Inmediatamente producido el supuesto fusilamiento del emperador, Austria reclama la entrega de su cuerpo, a lo que Benito Juárez hace oídos sordos. Ante la presión de los austriacos, envía una fotografía. La corte austriaca insiste en recibir el cadáver del emperador, a lo que México responde con el envío de una segunda fotografía, sorprendentemente, con la imagen de una persona distinta a la primera. Y eso, pese a que Austria había reconocido políticamente al gobierno republicano, condición impuesta por Juárez para el envío del cadáver. ¿Quería Benito Juárez imponer esta pesada condición para poder liberarse de la obligación de enviar un cadáver inexistente?
Ante tanta insistencia austriaca, finalmente fue devuelto, seis meses después, el cuerpo del emperador. El cadáver, que se entregó a Austria en enero de 1868, no tenía ningún parecido con el del emperador Maximiliano. Su madre, cuando lo vio, exclamó: «¡Este no es mi hijo!».
Maximiliano sin vida, y sin sus verdaderos ojos.Fotografía tomada en Viena.
 El cuerpo tenía la piel morena, ojos negros y nariz aguileña. Maximiliano era de piel blanca, ojos celestes y nariz recta. Ante la demanda de explicaciones de unos austriacos furiosos, el gobierno mexicano responde que al fusilar a Maximiliano los ojos se le habían dañado y, para no mandar el cadáver sin ojos, tomaron los negros y de vidrio de una imagen de la Virgen Dolorosa de la capital mexicana. La archiduquesa Sofía de Austria, madre de Maximiliano, no se tragó esta historia y hasta la fecha de su muerte continuó diciendo que el cadáver enterrado en la cripta imperial del Convento de los Capuchinos de Viena no era el de su hijo.
Tumba de Maximiliano.
JUSTO ARMAS: POLÍGLOTA, ELEGANTE, CULTIVADO…Y DESCALZO.
Así pues, la presunción de que Maximiliano no fue ejecutado en el Cerro de las Campanas no es superflua ni baladí. Siguiendo esta hipótesis, Rolando Deneke sostiene que la solidaridad entre hermanos masones se impuso. Maximiliano conserva la vida mediante un pacto de silencio y, ya en la clandestinidad, busca en El Salvador el apoyo del Capitán General Gerardo Barrios, también masón. Nosotros pensamos que, en efecto, es muy posible que Maximiliano recurriese a la ayuda de sus hermanos masones centroamericanos, bien situados en lo más alto de la sociedad de la época, pero, desde luego, Gerardo Barrios, como sugiere Deneke, no pudo prestarle esa asistencia, pues había fallecido en 1865, dos antes del fin del imperio mexicano.
Fotografía que muestra el gran parecido entre Justo de Armas y el Emperador Maximiliano I.
En todo caso, en 1871 se puede ya situar con total certeza la presencia de Justo Armas en San Salvador, cuando participó en una donación de dinero para las fiestas patronales, cuatro años después del supuesto fusilamiento del emperador Maximiliano.
Justo Armas, acogido desde su llegada por familias de la alta sociedad del país, destacaba por ser una persona culta, elegante y por hablar fluidamente varios idiomas, entre ellos el alemán. Pero la característica más sobresaliente que le hizo famoso fue que siempre andaba descalzo. Según su propia versión, esto era en cumplimiento de una promesa a la Virgen del Carmen por haber salvado su vida en grave peligro de muerte durante un naufragio (¿el hundimiento del imperio mexicano?).
Don Justo vivía desahogadamente de los beneficios de su empresa de alquiler de servicios de banquetes y de los honorarios de sus clases de protocolo. Aunque de forma discreta, siempre formó parte de los círculos más exclusivos del país. Vivía en una casa de su propiedad, rodeado de docenas de auténticos objetos que habían pertenecido al emperador Maximiliano (juegos de café, vajillas, etc), sin que se sepa muy bien cómo pudieron llegar hasta allí. Además, su parecido físico con el emperador era, realmente, asombroso.
Rolando Deneke cuanta que en 1914/1915 Justo Armas recibió la visita de dos emisarios del gobierno austriaco, rogándole que regresara con ellos a Viena para asumir su «legítima posición», a lo que éste se negó con firmeza. “Hemos venido – manifestaron los austriacos- con el único propósito de llevarlo a usted con nosotros a Austria. Usted es el legítimo heredero del trono, su hermano el emperador Francisco José está gravemente enfermo. Es por eso que es necesario que nos vayamos cuanto antes”. Don Justo Armas contestó así a la propuesta de los embajadores: “La persona a la que ustedes se refieren es precisamente la que me hizo firmar en contra de mi voluntad un pacto en el que yo y mi descendencia renunciábamos al reinado. Yo soy un hombre viejo, estoy cansado y lo único que quiero es que me dejen en paz”. Acto seguido, abrió la puerta y salió dando un portazo. Esta conversación se desarrolló en alemán. Doña Fe Porth, alumna de protocolo de don Justo Armas e hija de los dueños del hotel donde se celebró el encuentro, entendía perfectamente el alemán y escuchó sin ningún problema, apostada detrás de la puerta, lo que se hablaba en la habitación.
Dña. Fe Porth.
La vida sentimental de Justo Armas transcurría, igualmente, con suma discreción. Con cierta regularidad recibía la enigmática visita de una tal Hermana Trinidad, que trabajaba en el Hospital Rosales, de San Salvador, y que, al parecer, no era otra que «La Paloma», bella y distinguida dama mexicana, amante, según se dijo, de Maximiliano durante su periplo imperial, la cual se habría hecho monja tras la supuesta muerte del emperador y lo había seguido hasta San Salvador.
En una próxima entrega, presentaremos a los lectores nuestra conclusión sobre este apasionante enigma.
Dr. Francisco M. de las Heras y Borrero, Presidente de la Junta de LInajes de esta Casa Troncal.