Por el Dr. Francisco M. de las Heras y Borrero, Presidente de la Diputación de esta Casa Troncal.
Durante los años en que tuve el privilegio de vivir en la Ciudad Primada de América, Santo Domingo de Guzmán, mi amigo el Embajador de la República de El Salvador en República Dominicana, Ernesto Ferreiro, me interesó y, en parte, me documentó sobre un apasionante episodio de la historia de México que no me resisto a contar a nuestros lectores.
En sucesivas entregas vamos a narrar una historia, no exenta de un gran interrogante genealógico, llena de intriga y misterio. ¿Murió fusilado en el Cerro de las Campanas el emperador Maximiliano de México?, ¿dejó descendencia natural el emperador mexicano?, ¿escondía Justo Armas la auténtica personalidad del emperador Maximiliano de Habsburgo? Vayamos poco a poco respondiendo a estos interrogantes.
Armas de Maximiliano de Habsburgo.
LA AVENTURA DE MAXIMILIANO DE HABSBURGO.
En 1861, Napoleón III vio la ocasión de acceder a una privilegiada posición para capturar los mercados sudamericanos. Y para ello restablecer un monarca en el trono mexicano, que más de treinta años atrás había estado efímeramente ocupado por Agustín de Iturbide, era una excelente oportunidad. Bajo la influencia de su esposa, la emperatriz Eugenia de Montijo, el candidato escogido para el trono fue el archiduque Fernando Maximiliano, hermano del emperador Francisco José de Austria, el enamoradísimo esposo de Sisi, que no por ello dejó de vivir un apasionado y prolongado romance con una dama de la corte.
Fernando Maximiliano José de Habsburgo-Lorena (6 de julio de 1832 – 19 de junio de 1867), nació siendo archiduque de Austria y príncipe de Hungría y Bohemia pero renunció a sus títulos para convertirse en el emperador Maximiliano I de México, encabezando el Segundo Imperio Mexicano de 1863 a 1867. Vino al mundo en el Palacio de Schönbrunn de Viena (Austria), nacido durante el matrimonio del archiduque Francisco Carlos de Austria y Sofía de Baviera, aunque se cree que su padre biológico en realidad fue Napoleón II por la relación que tenía este y su madre Sofía, rumor nunca desmentido por la propia interesada.
Maximiliano de Habsburgo.
En 1856 contrajo un matrimonio “de conveniencia” con la princesa Carlota de Bélgica, hija del rey Leopoldo y la princesa Luisa de Francia. Poco tiempo antes había fallecido, a la edad de 21 años, el gran amor de su vida, la bella princesa María Amalia de Brasil. Maximiliano, que tenía una merecida fama de «don Juan», acudió a la pedida de mano de su futura esposa acompañado por una «petite amie», a la que obviamente dejó en el hotel durante el transcurso de la ceremonia.
En el momento del ofrecimiento de la corona mexicana contaba Maximiliano 30 años. Era alto, romántico, muy elegante y liberal. En octubre de 1863 Napoleón III se las había arreglado para que una comisión de notables mexicanos le ofreciera a Maximiliano la corona imperial de México. El archiduque, que no estaba muy interesado, terminó aceptando ante la insistencia de su ambiciosa esposa Carlota, pero poniendo como condición de que fuera el propio pueblo mexicano el que lo quisiera como emperador. Después de un plebiscito, organizado por los franceses, el archiduque Maximiliano aceptó la corona imperial en su residencia de Miramar, junto a la bella ciudad de Trieste, en abril de 1864. Los nuevos emperadores de México parten, a los cuatro días, rumbo a su nuevo hogar a bordo del navío «S.M.S. Novara», después de haber recibido la bendición del Papa.
Emperador Francisco José, hermano de Maximiliano.
Clamorosamente recibidos por una entusiasta multitud en el Puerto de Veracruz, Maximiliano y Carlota estaban encantados. Pero a los pocos días registran una fuerte impresión al observar las condiciones de vida de las clases populares en contraste con las magníficas haciendas de la clase alta. Pero más horrorizados quedaron al descubrir que una guerra civil asolaba aún su nuevo reino. A parte de todo ello, las finanzas del imperio estaban en un estado caótico. Maximiliano, ante tanta desdicha, encontró consuelo en los brazos de la joven y atractiva hija de uno de los jardineros de palacio.
La Emperatriz Carlota.
Dado que Maximiliano y Carlota no tenían descendientes, y en un afán de enraizarse con su nuevo país, adoptan a los príncipes Agustín y Salvador de Iturbide, nietos de Agustín I, que había sido emperador de México una treintena de años atrás, y a quienes Maximiliano nombró herederos al trono en una original unión de lo que podría haber sido la Imperial Casa Habsburgo-Iturbide.
Los emperadores se esfuerzan lo mejor que pueden en ser unos gobernantes honrados. El Imperio Mexicano contaba con el apoyo del partido conservador, y de buena parte de la población de tradición católica, aunque tuvo la oposición férrea de los liberales y de la masonería. Durante su gobierno Maximiliano I trató de desarrollar económica y socialmente el país, pero su política resultó ser más liberal de lo que sus partidarios conservadores pudieron tolerar. Un hecho que puso de manifiesto esa tendencia incompatible con los conservadores locales fue la negativa de Maximiliano a suprimir la tolerancia de cultos y a devolver los bienes nacionalizados de la Iglesia Católica, cuando el Nuncio de Su Santidad le requirió ambas decisiones. Gran parte de los conservadores mexicanos, decepcionados, retiraron su apoyo a Maximiliano, e inversamente, hubo liberales moderados que se aproximaron al nuevo régimen, mientras que los liberales republicanos no por ello dejaron de persistir en la lucha por recuperar al país de un gobierno monárquico. Encabezados por el Presidente Benito Juárez, permanecían firmes en la defensa de la República secular. Juárez gozaba del apoyo de los Estados Unidos, a quienes no convenía la presencia en América de un régimen apoyado por las monarquías europeas (una posición inspirada en la Doctrina Monroe). Estados Unidos, que durante la mayor parte de esta época estaba enfrascado en su propia guerra civil entre los estados del norte y los del sur, había conseguido finalmente la paz y estaba listo para apoyar al gobierno republicano de Juárez.
Benito Juarez.
En consecuencia, ante las dificultades encontradas y la injerencia de EEUU a favor de los republicanos, Napoleón III, que se enfrentaba a serias amenazas en Europa y requería que sus tropas regresaran al país galo, decide retirarse de México.
De nada sirven las súplicas de la emperatriz Carlota, que recorre las cortes europeas recabando apoyos para su esposo. Tanta tensión hizo que a la emperatriz se le quebrara su salud mental, iniciando un camino sin retorno hacia la locura. Esperanzada en conseguir un firme aliado, Carlota visita al Papa Pío IX, quien, a parte de oírla con simpatía, le explica que él nada puede hacer. En plena audiencia con el Santo Padre tuvo que ser retirada de la sala por la fuerza, haciendo exclamar al Papa: «Nada es fácil para mí en esta vida, ahora una mujer tiene que volverse loca en el Vaticano». El segundo imperio mexicano estaba, irremisiblemente, llegando a su fin.
El emperador Maximiliano, abandonado por los franceses y sin los esperados auxilios que su tenaz esposa no pudo lograr, rehusó alejarse de su país y, valientemente, al frente de su propio ejército se opuso a las tropas republicanas, mandadas por Benito Juárez.
S.S. el Papa Pío IX.
EL FUSILAMIENTO EN EL CERRO DE LAS CAMPANAS.
Una vez que las tropas francesas retrocedieron, Francia informó a Maximiliano que debía hacer lo mismo. Pero el emperador se aferró a su corona, pensando que tenía un destino que cumplir. Haciendo frente a los rebeldes a su imperio, Maximiliano sale de la ciudad de México el 13 de febrero de 1867 y, después de la negativa de Juárez a una nueva oferta de paz, se dirige a Querétaro, donde es atrapado por las tropas fieles a la república. Resiste varios días con bravura, pero el 15 de mayo de 1867, finalmente, cae en poder de Benito Juárez.
Maximiliano, junto a sus leales generales Miramón y Mejía, es condenado a la pena capital por un tribunal militar. La tragedia de Maximiliano fue el asumir la corona de México de buena fe y lleno de las mejores intenciones. Hombre noble, recto y honesto, quería llevar a México a una era de paz y prosperidad.



Generales Miguel Miramón y Tomás Mejía.



El emperador afrontó la muerte con valor. Fusilado al amanecer del 19 de junio de 1867 en Querétaro, en el lugar denominado Cerro de las Campanas, sus últimas palabras, según la versión oficial, pronunciadas ante un pelotón traído del otro extremo del país y que no conocía a Maximiliano, fueron: «Yo perdono a todos, y pido a todos que me perdonen. Que mi sangre, la cual está a punto de ser vertida, sea para bien de este país. ¡Viva México!, ¡Viva la Independencia!». De nada habían servido las peticiones de las cortes europeas solicitando a Juárez que perdonara la vida del emperador.
A partir de este momento toma cuerpo la leyenda, que está a punto de transformarse en historia verídica, modificando la versión oficial de libros y enciclopedias. Toda una serie de interrogantes surgen en torno a este hecho y a su protagonista.
Pelotón que fusiló a Maximiliano.
Si Maximiliano de Habsburgo era la persona que había sido fusilada en el Cerro de las Campanas, ¿por qué se tardó un mes en redactar el acta oficial de defunción?, ¿fue en el último momento suspendida de forma definitiva la ejecución de Maximiliano, al igual que lo había sido en dos ocasiones anteriores?, ¿cuál era el contenido real de una carta que Maximiliano, en pleno proceso judicial, escribió a Benito Juárez en la media noche del 25 de mayo de 1867?, ¿qué papel pudo jugar la masonería evitando que Juárez, masón, ejecutase a Maximiliano de Habsburgo, también masón?, ¿quién era, en realidad, Justo Armas, ese personaje enigmático, culto y distinguido que aparece en San Salvador al poco tiempo del fusilamiento de Maximiliano?.
Fotografía del cadaver de Maximiliano, tomada en Querétaro.
En próximos artículos vamos a dar respuesta a estos interrogantes, intentando aproximarnos a la conclusión de si Maximiliano fue, o no, hecho «justo por las armas», como declararía Benito Juárez en un comunicado oficial, o si, por el contrario, Justo Armas era el propio Maximiliano o algún otro próximo a la familia Habsburgo o a la corte de Viena.