Por D. Bernardo Lozier Almazán, Presidente de Relaciones Internacionales del Capítulo de la República Argentina de esta Casa Troncal.

Tocaban a muerte las campanas de la capilla de Nuestra Señora de la Rueda, haciendo oír su lúgubre tañir en el soriano pueblo de Chércoles, Partido Judicial de la villa de Almazán y sus barrancosos aledaños (1).
Aquel remoto poblado – nido de hidalgos solares – rodeaba el antiguo templo, cuya gallarda torre del campanario emerge por sobre los anchos tejados de su abigarrado caserío, como custodio de su secular pasado.
En su frente, el atrio luce la añosa portada de madera; a su costado el campo santo. cercado por un pequeño muro de piedra sillar, ampara bajo carcomidas lápidas el eterno reposo de antiguos moradores, cuyos nombres recuerdan sus ancestrales cepas castellanas.
Aquella mañana del 10 de mayo de 1648, las campanas doblaban tristemente llamando a misa de «Réquiem» por el ánima de don Francisco de Almazán. muerto en la víspera cuando su edad frisaba en los setenta años(2).
Siguiendo la tradición familiar, el difunto había dispuesto que sus exequias se celebraran en el «Altar privilegiado de San Francisco de Almazán», cuyo Patronazgo les pertenecía, más otras misas en la cercana capilla de Morón de Almazán, donde también poseían algunos dominios gentilicios.
La capilla se encontraba colmada por los deudos más allegados, parientes entroncados y vecinos lugareños, algunos venidos de la muy cercana villa de Almazán y pueblos colindantes, como Almaluez, Santa María de Huerta, Matamala de Almazán, Arcos de Jalón, Escobosa de Almazán y Monteagudo de las Vicarías, lugares donde se habían avecindado algunas ramas del viejo tronco ancestral.
La cera de las velas ardían iluminando el altar de San Francisco de Almazán, y su parpadeante luz se proyectaba sobre los primeros reclinatorios donde se hallaba la enlutada viuda, doña Catalina Tejedor y Ramos(3), cuyo rostro trasuntaba un mudo dolor, su hijo Francisco de Almazán y Tejedor(4), con aquel aire de arrogancia en toda su persona, que no disimulaba el pesar reflejado en su semblante, su esposa Lucía Ramos(5), cuya negra mantilla hacía resaltar – aún más – la habitual palidez de su castiza fisonomía, que sosegaba a sus tres  inquietos retoños: Francisco, Bartolomé y Martín de Almazán y Ramos(6). También junto a su madre, su otro hijo, Roque de Almazán y Tejedor(7) acompañado de su esposa, Isabel del Castillo y Aguado(8), quien alzaba en sus brazos al pequeño Juanito(9). A su lado, la tan adusta Quiteria del Castillo, viuda de Marcos de Almazán, con su hija Anita de Almazán y del Castillo(10) de elocuente hermosura juvenil. Muy próximos, se encontraban el alcalde de Chércoles, don Bernardo Baltueña, don Pedro Bodega y Aguado, hidalgo de la aledaña villa de Almaluez, futuro suegro de Martín de Almazán y Ramos(11), el licenciado Juan de Aguado, egresado de Alcalá de Henares(12), Juan Rivero, mozo de familia solariega, cuyos ojos vivos y audaces cruzaban furtivas miradas con Anita de Almazán y del Castillo, con quien se uniría en matrimonio años después(13). Más atrás se notaba la presencia de aquellos parientes tan cercanos, como Francisco del Castillo con su mujer, María de la Torre y tantos otros imposible de distinguir entre tan nutrida concurrencia, a la que se sumaban humildes lugareños de rústica traza, cuyos apergaminados rostros expresaban con tristeza el afecto que le profesaban a don Francisco de Almazán, hasta ayer hidalgo morador de aquella villa comarcana.
El tan venerado cura párroco de Santa María de la Rueda, Francisco Ramos Blanco, doblemente emparentado con la enlutada familia, inició la solemne misa de difuntos, pronunciando con voz grave aquellas palabras del Introito «Réquiem aetérnam dona eis, Domine…» (Dales, Señor el descanso eterno…). Los deudos y concurrentes asistían, unos con sollozante rezo, otros con silenciosa unción.
Su hijo Francisco – en quien recaían los fueros del linaje – recreaba la postrer imagen de su padre, cuando abandonaba este mundo como hidalgo cristiano, con la cruz sobre su pecho y con el amor de Dios en su alma. Lo recordaba con su carácter sombrío y austero, sus maneras graves y mirada profunda, que alguna vez dejaba entrever su enorme bondad y el cariñoso afecto que guardaba para todos los suyos, rasgos propios de quien había sido forjado en el yunque del rigor castellano.
Roque – por un momento – también se vio invadido por imágenes que mostraban a su padre, seco de carnes, enjuto de rostro, con negro traje de sencillez señoril y apuesto chambergo, caminando por las estrechas callejuelas de Chércoles, como solía hacer hasta que, aquejado por los achaques, se recluyó en su vieja y amplia casona, donde transcurría largas horas cavilando consigo mismo, o dedicado a la lectura de antiguos libros de miniadas vitelas que le recordaban las glorias y memorias de aquellos linajes sorianos que llevaba en su sangre.
Sus nietos – en inocentes cavilaciones – tomaron conciencia de que ya nadie como él les narraría aquellas historias fabulosas de fieros caballeros que, en esos mismos lugares, habían vencido a los temibles sarracenos en cruentas y heroicas batallas, que luego durante las noches le invadían sus sueños con sobresaltadas pesadillas.
La voz del oficiante se hizo oír con aquella vieja plegaria: «Concédenos, oh Dios omnipotente, la gracia de que el alma de tu siervo, Francisco de Almazán, que ha salido de este mundo, sea purificada con estos Sacrificios y merezca conseguir a la vez el perdón y el descanso eterno…»
Doña Catalina Tejedor, concluyó sus preces exhalando un muy quedo Amen, como poniendo fin a la última página de otro capítulo de la historia familiar.
Los asistentes fueron abandonando el templo lentamente. Muchos se santiguaban ante aquellas imágenes, por las que profesaban especial devoción, ubicadas en los altares laterales dedicados a San Isidro Labrador, Nuestra Señora del Pilar, San Miguel Arcángel y el conmovedor Jesús Crucificado.(14)
Afuera, la sequedad del aire y el sosegado paisaje de la villa envolvieron con su melancolía a aquellos descendientes de ilustres linajes solariegos, cuyas piedras armeras recuerdan los remotos orígenes de sus figuras heráldicas que forman parte del paisaje comarcano.
Si el lector me acompaña en una imaginaria incursión – a poco de andar – podremos divisar, sobre vetustas portadas, las tres manzanas, de los Almazán, y muy cerca, los tres ramos, de los Ramos, poco más allá, otra que lleva un castillo, las bandas y aspas, propias de los Bodega. Algo más distante, reconoceremos las tan parlantes armas con un castillo sobre peñas, de los del Castillo, o una torre con sus fieros leones empinados, de los de la Torre, y también aquellas otras ajedrezadas, de los Ariza, y por último – si aún me acompañas – nos llegaremos hasta aquel antiguo solar cuya piedra armera lleva cinco fajas ondeadas, surmontadas por una sangrante cabeza de moro, que así blasonan los Aguado. Al observarla no podemos olvidar la sugestiva advertencia de su divisa, que dice:

«Soy un perro que royo un hueso,
y royendo recibe reposo,
tiempo vendrá, si no es venido,
que morderé a quien me ha mordido»


Regresamos, pero en nuestra mente quedan grabadas – como en aquellas piedras – el misterioso mensaje de los símbolos heráldicos que nos trasmiten en su idioma hermético la historia de sus linajes, sin que la incuria de los tiempos hayan podido borrar.
La capilla ahora está en penumbrosa soledad, nos acercamos al altar privilegiado de San Francisco. Un rayo de luz escapado del sol penetra por la ojiva iluminando las tres manzanas labradas sobre la lápida, en cuyo epitafio podemos leer:

«Aquí yace D. Francisco de Almazán.
Falleció a 9 de mayo año de 1648»

De esta manera, basándonos en testimonios documentales, hemos querido recrear aquel luctuoso acontecimiento familiar ocurrido en el siglo XVII, para evocar a nuestros antepasados y recordarlos como creemos que lo fueron, piadosos hidalgos castellanos puestos bajo la tutela del seráfico San Francisco, a quien elevamos nuestra plegaria por ellos y por nosotros.

(1) El pueblo de Chércoles forma parte del Partido Judicial de la Villa de Almazán, Provincia de Soria y Diócesis de Osma. Está situado al sud de una extensa meseta, en la vertiente izquierda de un barranco, que tributa sus aguas al río Nágima. Su templo parroquial originalmente fue una fortaleza mora, con retoques de muchos siglos de cristiandad
(2) Parr. Ntra. Sra. de la Rueda, Chércoles (Almazán). Lib. Nº 2 de dif. dol. 9, Nº 53. Certifica que Francisco de Almazán falleció, «en nueve de mayo de mil seiscientos cuarenta y ocho; no recibió los Sacramentos por no dar lugar la enfermedad». Dispuso que se celebraran misas en el altar privilegiado de San Francisco de Almazán y en la cercana parroquia de Morón de Almazán.
(3) Hija de «Francisco Texedor y Cathalina Ramos»., esta última fallecida en Chércoles el 20-2-1624 (Lib. dif. I), «recibió los Santos Sacramentos y está enterrado su cuerpo en la Iglesia» de Sta. María de la Rueda. Su hermano, Francisco Ramos, fallecido el 3-5-1638, mandó a decir «veinte misas en esta Iglesia, más otras veinte en la capilla de San Francisco de Almazán»
(4) Parr.Ntra. Sra. de la Rueda.- Lib. I de baut., fol. 58. Baut. el 16-5-1612, siendo su padrino Francisco Tejedor.
(5) Idem. Lib. I de matr., F. 6/47. casados el 16-2-1637; testigos Bernardo Baltueña, alcalde de Chércoles y Pedro del Castillo.
(6) Idem.- Francisco de Almazán y Ramos, baut. 15-10-1646. Padrinos Francisco de Almazán y María Ramos. Bartolomé de Almazán y Ramos, baut. 16-9-1644.
Martín de Almazán y Ramos. Recurrimos al libro de Confirmados por no hallar la part. de baut. Fue confirmado el 12-5-1669, en Monteagudo de las Vicarías, por el Obispo de esa Diócesis, D. Pedro Godoy.
Contrajo matrimonio con Da. Magdalena Bodega y Aguado, el 2-7-1685, en la Parr. Santa María Magdalena, de Almaluez. Magdalena Bodega y Aguado había nacido en Almaluez y baut. el 9-7-1657. Hija de Pedro Bodega y Aguado (b. 26-3-1582) e Isabel de Catalina (b. 23-6-1617) Nieta de Juan de Bodega y Catalina de Aguado.
Cfr. Lozier Almazán, Bernardo P.- Linaje de Almazán, p. 65 y siguientes. El autor, que desciende de esta línea en sucesión directa, desarrolla esta genealogía hasta el presente.
(7) Idem. Lib. I de baut. fol. 52. Bautizado el 28-8-1606.
(8) Baut. el 23-5-1600. Hija de Francisco del Castillo y María de Aguado, casados en Chércoles el 18-6-1587.
(9) Juan de Almazán del Castillo y Aguado, baut.  en Cércoles 1-1-1647.
(10) Baut. 8-6-1636. Su padre Marcos de Almazán, esposo de Quiteria del Castillo. Había fallecido el 11-8-1647.

(11) Ver ref. Nº 44.

(12) Índice de Colegiales de Alcalá. Colegio de San Antonio. Lib. 1258/228.
(13) Ana de Almazán y del Castillo contrajo matrimonio con Juan Rivero, el 25-5-1659 en la Parroquia de Ntra. Sra. de la Rueda (Chércoles).
(14) Parroquia de Nuestra Señora de la Rueda (Chércoles).- Inventario General, año 1957.