Por D. Bernardo Lozier Almazán, Presidente de Relaciones Internacionales del Capítulo de la República Argentina de esta Casa Troncal.

«Nos D. Antonio Tavira y Almazán, por la Gracia de Dios y por la Santa Sede Apostólica, Obispo de Salamanca y del Consejo de Su Majestad».
Con este solemne encabezamiento, Su Señoría Ilustrísima el Obispo de Salamanca daba a conocer una Carta Pastoral, fechada en el Palacio Episcopal el 4 de junio de 1801, dirigida «A todos los fieles de nuestra Diócesis, y señaladamente a  los naturales y vecinos de esta Ciudad, y demás pueblos donde hacen mansión, ó por donde transitan las Tropas auxiliares Francesas, salud y bendición en el Señor».
D. Antonio Tavira y Almazán.
Aquella Pastoral aconsejaba a la grey salamantina «sobre el modo con que debíais recibir y tratar a las Tropas de una Nación unida con la nuestra en firme alianza y amistad…» por cuanto «El Rey, pues. por razones del Estado, que debemos respetar todos, ha tratado con su aliada la República Francesa, y se propone hacer de común acuerdo esta guerra. . . ».
El ilustre prelado se refería al tratado de San Ildelfonso, por el cual España y la República francesa se habían aliado con fines ofensivos y defensivos contra el reino de Inglaterra, firmado el 18 de agosto de 1796, por don Manuel de Godoy Alvarez de Faría Ríos Sánchez y Zaragoza, más recordado como el tristemente célebre Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, favorito del Rey Carlos IV, y el general Domingo Perignon, conde Perignon, a la sazón embajador francés en Madrid.
D. Manuel Godoy, Príncipe de la Paz.
En virtud de aquel tratado, el Obispo informaba que Francia había enviado «las Tropas que han pasado por esta Ciudad y Provincia, y quedan todavía algunas, y se esperan otras…», con la advertencia de que «es la voluntad del Rey que se comporten con la debida consideración hacia estos aliados», agregando para mayor abundamiento que «no dejaremos de deciros también que va el honor de toda la Nación, en que vosotros deis pruebas de la benignidad y dulzura de sus costumbres».


Carlos III



No obstante aquellas zalamerías, el Señor Obispo no ignoraba la aversión que el pueblo español le profesaba a los franceses y a las ideas libertarias de la república, razón por la cual los exhortaba a que: «No os dexeis seducir, amados fieles míos, de los que quieran sorprender vuestro candor y buena fe con excitar en vosotros un zelo falso», comprometiéndose a que «todo el Clero Secular y regular de nuestra Diócesis coadyubarán, según nuestras intenciones, a disipar todas las impresiones contrarias que pudieran traer muy tristes y funestos efectos…» El documento fue rubricado, según las formas: «Antonio Obispo de Salamanca»30.
Los acontecimientos que sucedieron a la Pastoral de Monseñor Antonio Tavira y Almazán fueron el fiel testimonio de que aquel Obispo estaba confundido, ya que la Francia de 1801 no abrigaba tan cándidas intenciones como las que pregonaba. El español llano ya lo había intuido.
Carlos IV.
No solamente aquel prelado estuvo confundido, así fue como – por aquel tiempo – Manuel Godoy hizo que España se embarcara en la aventura bonapartista, aportando 15 navíos de línea y 24.000 hombres. La batalla naval en aguas de Trafalgar, donde la flota hispano-francesa fue derrotada por la inglesa, significó el ocaso del poderío marítimo de España. Pero todo ello no serviría de escarmiento.
Carlos IV, débil de carácter y pusilánime, influenciado por la ambición sin límites de Godoy, aceptó una nueva propuesta de Napoleón, recordada como el tratado de Fontainebleu. Esta vez sería la invasión de Portugal y el infame reparto de sus dominios.
Todo terminó cuando las tropas «aliadas» francesas resolvieron quedarse en España en virtud de los oprobiosos sucesos de Bayona, durante los que, abdicación de Carlos IV por medio, y la renuncia de su hijo Fernando, la corona Española quedó en manos de Napoleón, quien la deposita graciosamente en la testa de su hermano, José Bonaparte,  recordado por la cuchufleta española con el mote de «Pepe botellas».
José I.
Pero el águila imperial de Napoleón no lograría doblegar al pueblo español que, olvidando aquella desafortunada Carta Pastoral, se levantó en armas contra el invasor francés, el 2 de mayo de 1808, logrando la reconquista tras seis años de muy cruenta lucha.
Los archivos episcopales guardan la emotiva esquela que le enviara el «Comandante Ayudante Xefe del Estado Mayor», de las tropas francesas, a «Vuestra Señoría el Obispo de Salamanca», manifestándole que «ha llegado a mis manos un exemplar del discurso Pastoral que VI ha dirigido a sus Diocesanos con motivo de la entrada de las Tropas Francesas en los Dominios del Rey de España. ¡Cuan dulces y consoladoras, Monseñor, la moral que los Ministros como Vos predican en nombre de una Región de amor y concordia!»31.
Nuestro deslucido personaje, don Antonio Gerónimo de Tavira y Almazán, había nacido en el pueblo de Iznatorafe, Jaén, donde fue bautizado el 5 de octubre de 1737. Su origen le permitió vestir el hábito de la Orden de Santiago; su vocación religiosa hizo que fuera sacerdote, en cuyo carácter se desempeñó como Capellán de Honor y Predicador de Su Majestad, alcanzando la dignidad de Obispo diocesano de Salamanca. Su hermano, el caballero de la Orden de Carlos III, don Pedro Fernando de Tavira y Almazán, también tuvo destacada actuación, cumplida en la Corte, donde ejerció el cargo de Oficial de la Secretaría de Estado de Su Majestad32.
Ambos eran hijos de don Andrés Vicente de Travira y Majón, casado en Albadalejo, el 15 de octubre de 1736, con doña Agueda de Almazán e Ibáñez, que había recibido las aguas bautismales en Beas de Segura el 28 de octubre de 1715, siendo fruto del matrimonio de Pedro de Almazán y Muñoz, también nacido en Beas de Segura, el 7 de junio de 1671, y Quiteria Ibañez Llavero, natural del mismo lugar33.

Armas de Napoleón I.

Por aquellos tiempos, las malas lenguas aseguraban que el Obispo afrancesado, durante sus frecuentes pesadillas, era atormentado por horribles sueños en los que se le aparecía un enorme águila  – semejante a la napoleónica – que posándose sobre un frondoso árbol picoteaba sus frutos con insaciable voracidad. Los más chismosos e insolentes también murmuraban que aquellos frutos eran manzanas.

30) Reproducida en el Telégrafo Mercantil del Río de la Plata, del martes 27 de octubre de 1801.
31) Idem.
32) Casado con María Teresa Acosta y Montealegre, fueron padres de Agustín de Tavira y Acosta, caballero de Carlos III.
33) Arch. Hist. Nac. de Madrid.- Secc. Ordenes. Exp. Nº 10.818, año 1799. Pedro de Almazán Muñoz fue admitido en el Estado Noble y empadronado como tal en 1702, año en que tomó la vara de Alcalde Noble de Beas. Fue hijo de Pedro de Almazán y Martínez, n. Beas de Segura, casado con María Rodríguez de San José y Muñoz (hija de Juan Rodríguez Palencia y Agueda Muñoz). Nieto de Rodrigo de la Cruz Almazán y Catalina Martínez.