Por el Dr. Francisco M. de las Heras y Borrero, Presidente de la Diputación de Linajes de esta Casa Troncal.
-Primera Parte-
La historia de la independencia de los antiguos territorios americanos pertenecientes a la Corona de España está llena de luces y sombras. Estos procesos, contrariamente a como luego se reescribe la historia, no son rectilíneos ni los hechos sucedieron conforme a un guión predeterminado. En las mismas familias encontramos sentimientos opuestos y diferentes. A favor o en contra, dentro o fuera del proceso de independencia no es fácil de distinguir.
La parte española de la isla de Santo Domingo, más tarde República Dominicana, no fue una excepción a lo anteriormente expuesto.
EL MARQUESADO DE LAS CARRERAS EN SU CONTEXTO HISTÓRICO.
Obtenida su independencia de España el 1 de diciembre de 1821, sin tan siquiera disparar una bala, tras una época en la que la metrópolis se había prácticamente desentendido de su colonia (época conocida como la “España boba”), la República Dominicana cae enseguida en poder de Haití.
José Núñez de Cáceres.
El 9 de Febrero de 1822, a tan sólo 39 días de haberse proclamado la independencia por José Núñez de Cáceres, el nuevo estado fue invadido por 12,000 efectivos del ejército haitiano. Se pisoteaba la soberanía dominicana, que pasa a llamarse Haití Español. Así se iniciaba la dura tribulación, que por 22 largos años sufrirían los dominicanos, bajo la dictadura del Presidente Jean Pierre Boyer, y que no terminaría hasta el 27 de Febrero de 1844, fecha en la que capitula la fuerza de ocupación extranjera y se proclama la independencia. La Fiesta Nacional dominicana quedó fijada en ese día, siendo la única república hispanoamericana que no celebra su separación de España, sino su independencia del dominio de otro país.
Jean Pierre Boyer.
Fue la dura lucha por la emancipación de Haití la que forjó, en gran medida, la nacionalidad dominicana. Lograda la victoria sobre sus vecinos, el peligro de una nueva invasión estaba siempre presente. Los haitianos, a regañadientes, habían asumido su derrota, pero las incursiones y escaramuzas militares siguieron siendo continuas.
El 21 de abril de 1849, se produjo un crucial enfrentamiento, escenificado en la cercanía de Baní, en el lugar denominado Las Carreras, entre las fuerzas haitianas comandadas por el entonces Presidente Vitalicio Faustino Souluque, que a los pocos meses se proclamaría emperador bajo el título de Faustino I, y las fuerzas dominicanas comandadas por Pedro Santana, asistido por Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella. El ejército haitiano, compuesto por 4.000 soldados, tuvo que batirse en retirada. Esta amplia victoria, que daría nombre años más tarde al título nobiliario que la Reina Isabel II otorgó al general Santana, supuso la consolidación de la soberanía de la joven nación.



Faustino I.



Con el temor latente de una guerra abierta con Haití, y en medio de una grave crisis financiera, el gobierno dominicano, tras varios intentos fallidos con EEUU y Francia, busca una tutela externa en España.
A partir de octubre de 1858 el gobierno dominicano, con el general Santana a la cabeza, se fija como objetivo conseguir que España otorgase protección a su antigua colonia. El 27 de abril de 1859, Santana dirigió una carta a su “Grande y Buena Amiga” la Reina Isabel, en la que abogaba por “una más perfecta unión con la que fue nuestra madre (…) Yo y la gran mayoría de esta nación estamos dispuestos a tomar cualquier medida que sea adecuada para asegurar el bienestar del pueblo dominicano y los intereses de España en sus posesiones americanas” (1) .
¿Qué estaba sucediendo para que el Presidente Constitucional de un país que comenzaba a estrenar su soberanía, conseguida con un elevado coste de sacrificios y privaciones, dirigiese semejante misiva a su antigua potencia colonial? .
General Pedro Santana.
Un mes antes de dirigirse en términos tan angustiosos a la Reina de España, Pedro Santana, el 26 de marzo, había recibido un mensaje de Faustino I, Emperador de Haití, en el que “en nombre de la humanidad y de nuestro interés común –decía el haitiano- tomo la iniciativa de una correspondencia que espero pondrá fin a las crueles disensiones que nos desgarran desde hace, pronto, doce años”. Soulouque dice tenderle “una mano amiga”, preguntándose “por qué no enviar ante mí diputados, o recibir los míos, para establecer las bases de una reconciliación”, en aras a los intereses de “la patria común” (2) .
 La idea de Faustino I era clara, conseguir a toda costa la unificación de la isla, y ya sabían los dominicanos por la experiencia pasada lo que ello entrañaría: la disolución total de su identidad.
Carta de Faustino I al Gral. Pedro Santana.
Esta carta, recibida, como decimos, justo un mes antes del famoso escrito de Santana dirigido a la Reina Isabel II, implorando “una más perfecta unión con la que fue nuestra madre”, tiene una importancia capital para entender la situación de temor y pánico del gobierno dominicano ante el país vecino. El peligro era real y se percibía como inminente. Había, con astucia, que buscarse un escudo protector a cualquier precio, y asegurar así “el bienestar del pueblo dominicano”, todo antes que caer de nuevo en las garras haitianas. La carta de Faustino I a Pedro Santana, que comentamos, pese a su enorme interés, duerme en los estantes del Archivo General de la Nación, en Santo Domingo, sin que haya retenido la atención o curiosidad de ningún estudioso.
Isabel II.
En octubre de 1860, el ministro de Estado dominicano Pedro Ricart y Torres visitó a Serrano en el Palacio de los Capitanes Generales de La Habana y le urgió a la anexión o al anuncio de un protectorado español sobre el país, con algunas condiciones: la no ampliación del sistema antillano a la isla, la obtención del estatuto de provincia del Reino, la garantía de empleo de los nativos en el Ejército y en la Administración Civil, la amortización del papel moneda depreciado y el reconocimiento de la validez de todos los actos de gobierno republicano desde 1844 (3).
El general Serrano transmitió de inmediato estas condiciones a Madrid, respondiendo el entonces presidente del Consejo, General Leopoldo O’Donnell, que en aquellos momentos la incorporación no era una decisión oportuna.
General Leopoldo O´Donnell.
Pero a inicios de marzo de 1861, Pedro Santana decidió forzar la situación y, sorprendiendo a todos, de forma unilateral renuncia a la soberanía dominicana y proclama la adhesión a España en un comunicado fechado el 18 de ese mismo mes dirigido al gobierno español: “El Pueblo y el Gobierno dominicano acaban de proclamar su unión a la Monarquía española, declarándose súbditos de S.M. la Reina y enarbolando de uno y otro extremo del País el pabellón de Castilla con el entusiasmo de un Pueblo que tras largos padecimientos y un porvenir sombrío busca resuelto el alivio, el reposo y la salvación de grandes riesgos en una empresa de muchos años acariciada como plena realización de un destino y cumplida satisfacción de naturales sentimientos”.
Ese mismo día, Pedro Santana dirigió una proclama a los dominicanos: “La España nos protege, su pabellón nos cubre, sus armas se impondrán a los extraños; reconoce nuestras libertades, y juntos las defenderemos, formando un solo pueblo, una sola familia, como siempre fuimos”. Su intencionalidad, al adoptar tan grave decisión, era clara y no admite dudas. Se buscaba, desesperadamente, una protección frente a “los extraños”, una protección frente a la amenaza haitiana.
La anexión se verificó, no sin cierto alborozo, como un acto de proclamación, tras ratificarse la medida por los Ayuntamientos de la República entre el 21 y el 26 de marzo.
Pasada la sorpresa, e incluso desconcierto, inicial, y pese a la incómoda posición internacional que dicha circunstancia le ocasionaba, sobre todo con sus antiguas colonias al poderse interpretar la anexión como una vuelta al pasado, el gobierno español acepta el hecho consumado, pues no era posible “volver el rostro a un Pueblo desgraciado, exponerle a ser presa de ambiciones extranjeras, desoír el grito de unión (…) y las señaladas pruebas que ha dado siempre de su nunca extinguido amor a España”, ya que eso equivaldría a “romper con las gloriosas tradiciones de nuestra historia y desmentir nuestra constante y aplaudida hidalguía” (Exposición del gobierno del general O’Donnell, elevada a Isabel II el 19 de mayo de 1861).
Las cancillerías de Perú, Nicaragua, Bolivia, Colombia y Venezuela, reclamaron de inmediato que la América democrática se presentase unida y firme en la custodia de los principios invocados en el proceso emancipador. Sin embargo, Argentina se limitó a desear que los propios dominicanos con su actitud enérgica expulsasen a los españoles, mientras que Chile motivó su reticencia a involucrarse en enfrentamientos con las potencias extranjeras.
Con este trasfondo internacional, Pedro Santana, que había sido nombrado Teniente General del Ejército Español y Capitán General de Santo Domingo, juró su cargo el 8 de agosto de 1861 ante el general Serrano, Capitán General de Cuba, desplazado para este acto a la capital dominicana.
Pedro Santana jura como Capitán General.
Al poco tiempo, se tuvo noticias de los primeros descontentos populares, que serían el preludio del inicio de la guerra de restauración de la soberanía, como fue conocida esta etapa histórica. Sin embargo, esta contienda no sería una clásica guerra contra un invasor extranjero. La presencia de España se justificaba por la petición expresa del gobierno legítimo dominicano. Partidarios y adversarios de esta presencia se encontraban repartidos entre todas las clases sociales. La guerra de restauración tuvo las características de una auténtica guerra civil.
Pronto el gobierno español comprobaría, decepcionado, que la realidad dominicana era distinta a lo que se le había hecho creer y que Pedro Santana, movido por el deseo de poner a su país al abrigo de las ambiciones haitianas, había actuado de forma personal sin evacuar las oportunas consultas populares.
El grito, llamando a las armas, lanzado el 16 de agosto de 1863 por un puñado de revolucionarios patriotas desde el cerro de Capotillo, donde se enarboló la bandera dominicana al son de una diana y con redobles de tambores, sería la confirmación palpable de este rechazo popular y el inicio formal de las hostilidades entre las tropas españolas y el ejército restaurador.
En todo caso, pese a las diferencias políticas, los sentimientos de uno y otro lado, incluso en los momentos más difíciles, siempre fueron cálidos. «Entre el pueblo dominicano y la nación española no puede existir ni animosidad ni odio. Los dominicanos no han tenido jamás la intención de empañar el brillo de las armas españolas. Si entre dos pueblos ligados ayer por estrechas relaciones y profundas simpatías se ha empeñado hoy una lucha fatal, la culpa de ello, si culpa hay, no es ni del uno ni del otro» – escribía, próximo ya el final de la contienda, a la Reina Isabel II, el 3 de enero de 1865, el gobierno formado en Santiago de los Caballeros por los patriotas dominicanos. La belleza y profundidad de estas palabras ponen de manifiesto, sin ningún género de dudas, el afecto que ambas partes se profesaban, incluso en el fragor de la contienda.
No obstante, la arriesgada y fallida decisión adoptada por Pedro Santana trajo como consecuencia, paradójicamente, la salvaguarda de la soberanía del país, lograda, con carácter definitivo, al poner fin España a su presencia en la ex colonia, materializada mediante Ley de 30 de abril de 1865, “ya que –según su exposición de motivos- fue una ilusión la creencia de que el pueblo dominicano en su totalidad o en su inmensa mayoría apeteciera y sobre todo reclamara su anexión a España”. Pero para entonces, la presencia española había disuadido la posibilidad de nuevas invasiones y la República Dominicana ya había logrado reforzar las bases de sus señas de identidad: lengua, religión católica y cultura hispana, todo ello puesto en peligro por el vecino haitiano, que, además, iniciaba una etapa de franco y continuo declive. De no haber adoptado el general Santana en aquellos momentos de peligro tan polémica decisión, tal vez la evolución de los acontecimientos hubiera sido muy diferente a lo que finalmente fue.
1)Todos los documentos oficiales de los gobiernos español y dominicano, que citamos en el presente trabajo, relativos a la cuestión de Santo Domingo, se encuentran actualmente depositados en el Congreso de los Diputados de Madrid, y vienen recogidos en la obra de los profesores Eduardo González Calleja y Antonio Fontecha Pedraza, “Una Cuestión de Honor – La polémica sobre la anexión de Santo Domingo vista desde España (1961-1965)”, Ediciones Fundación García Arévalo, Santo Domingo 2005. Esta obra es, de lejos, la que mejor analiza y documenta aquel periodo poco claro y desconocido para la mayoría de los españoles, pese a la trascendencia e importancia que tuvo en su momento.
2)Archivo General de la Nación, Santo Domingo, República Dominicana. Copia oficial certificada en el Archivo Personal del Autor.
3) Eduardo González Calleja y Antonio Fontecha Pedraza, “Una Cuestión de Honor – La polémica sobre la anexión de Santo Domingo vista desde España (1961-1965)”. Ediciones Fundación García Arévalo, Santo Domingo 2005, pag. 37.