«… A mí no me cabe la menor duda de los derechos que asisten a Dom Duarte a la Jefatura de la Casa Real de Portugal, dada la innegable legitimidad de sus antepasados. Ya se sabe que soy un católico rancio y un tradicionalista a machamartillo, admirador de don Miguel I, desde mi más tierna mocedad. Por eso, tengo a Dom Duarte de Bragança como paradigma del buen soberano y así lo he dicho por escrito en repetidas ocasiones y se lo he expresado a él. Pero no veo inconveniente alguno a considerar absolutamente legítima la condición de dinastas de los miembros de la Casa Ducal de Loulé.»
               (  José María de Montells y Galán )

Desde siempre he tenido admiración por el sebastianismo, un mito lusitano que es expresión acabada y precisa del genio portugués, tan parejo al hispano, que yo me atrevería a decir que es también fiel reflejo del genio ibérico, esa compleja característica de nuestro espíritu que fue capaz de construir grandes imperios con el solo recurso de la fe.

A Fernando Pessoa le debo yo mi primer interés por el sebastianismo, “En sentido simbólico Don Sebastián es Portugal, que perdió su grandeza con la muerte de Don Sebastián, y que sólo volverá a tenerla con su regreso. Volverá, dice la leyenda, en una mañana de niebla, en su caballo blanco, venido de la isla lejana donde estuvo esperando la hora de la vuelta”. No hay forma más poética y romántica para anunciar la vuelta a la grandeza. Para Pessoa, a partir del siglo XVII, la nación portuguesa se vuelve un remedo de supervivencia sin autonomía auténtica, protegida o dependiente de otras, caricatura dolorosa de su propia grandeza, esperando, como el pueblo judío, la llegada de un Mesías, don Sebastián, el de Alcázarquivir, para restaurarla a su antiguo esplendor.

Don Sebastián (1554-1578), rey de Portugal (1557-1578) nació en Lisboa y fue hijo del príncipe heredero Don Juan de Braganza y nieto sucesor del rey Juan III. Al morir su abuelo en 1557, y habiendo fallecido ya su padre, Sebastián apenas tenía tres años de edad, por lo que el trono paso a ocuparlo en calidad de regente la viuda Catalina de Austria, hermana del emperador Carlos V, hasta 1562, año en el que renunció. Por aquel entonces, el principal recurso económico de Portugal era la especiería, elemento que permitió llevar al país importantes riquezas. Sin embargo esta especie de “falsa prosperidad económica” ocasionó un grave relajamiento de las buenas costumbres. Toda una sociedad cortesana y parasitaria hizo de Lisboa el centro de esplendor y despilfarro. Tras la renuncia de Catalina de Austria, se hizo cargo de la regencia el cardenal Enrique, tío del futuro rey, hasta 1568, cuando se declaró la mayoría de edad de Don Sebastián. Con catorce años comenzó a reinar en medio del ambiente portugués antes descrito. Sebastián había sido educado en medio del culto al heroísmo militar y del carácter casi divino de la persona real. Desde muy temprano creyó en su destino al servicio de Dios. Sin embargo, su impulsividad y su inmadurez lo llevaron a delegar los asuntos de gobierno en manos de validos para abocarse a los asuntos de guerra y su mayor interés, que fue la lucha contra el avance de los musulmanes y la conquista de las tierras moras, al norte de África.

En 1572 organizó una armada para combatir a los herejes, pero un temporal desbarató sus planes y destruyó los navíos anclados en el Tajo. Dos años más tarde decidió embarcarse furtivamente para el norte de África, dejando instrucciones para que el pueblo tome las armas y le siga. El pretexto para una expedición guerrera surgió en 1576 con la conquista del trono de Marruecos en manos de un moro apoyado por los turcos; lo que según el rey Sebastián significaría que el Sultán de Turquía podría llegar a dominar todo el norte de África, algo que sería fatal para la Península y para toda la Europa cristiana.
Después de estos intentos frustrados, en 1578, con veinticuatro años reunió un ejército de 17 mil hombres, y se dirigió a Tánger y Arcila, al encuentro del Sultán de Marruecos, con quien se enfrentó en las proximidades de Alcázarquivir. El desastre fue total; la mitad de los caballeros portugueses murieron y la otra mitad fue tomada prisionera. El rey Don Sebastián desapareció en la batalla. Nadie le vio morir. Es el comienzo del mito.
Yo por mi parte me declaro fervoroso sebastianista. Soy de los convencidos de que el Rey volverá de la niebla, para recuperar la Península de su actual estado de postergación y llevarla a un nuevo Siglo de Oro.
Así que con estos antecedentes, nadie se extrañará de que cuando alguien me hablase, no recuerdo quién, de una orden de caballería fundada por el Rey Don Sebastián, activa en nuestros días, tuviera yo el mayor interés en conocer su circunstancia, que fue acrecentado cuando un pretendido erudito me dijo que era orden ficticia y abominable. No hay nada mejor para animarme, que pretender asustarme con sandeces.
Efectivamente la Orden Militar de la Flecha o de San Sebastián fue fundada por el Rey, en 1574 o 1576 y tuvo una vida efímera hasta 1578, el año aciago de Alcázarquivir. Pese a ello, hay numerosos testimonios de que Don Sebastián deseaba hacerla la primera de la ordenes reales. Creada como consecuencia de la gran devoción por el santo patrón de su nombre, tenía por objetivo defender la Fe y el engrandecimiento de la Cristiandad toda.

«y pasando a lo que me importa, digo, que siendo inclinado el rey a esta idea del viaje a África, y agradecidos a la Flecha de San Sebastián, para la gloria de este propósito, al que se dirigía, y en memoria de su abuelo, el rey Alfonso I, en su célebre éxito en Santarem en contra de un sinnúmero de bárbaros, al mando del Rey de Sevilla, creó la Orden del Ala, o del Ala de San Miguel, con el fin de escribir con las plumas la huella imborrable de su agradecimiento, y para volar con ese ala de triunfos gloriosos, y que el rey Alfonso V, a fin de continuar los logros memorables, debido a que fue llamado el Africano, creó la Orden de Santiago da Espada. Y con estos nobles recuerdos, creó la Orden de la Flecha de San Sebastián, por asegurase con la espada el triunfo sobre la contaminación de los bárbaros, porque en las alas, con la que volaba, él llevaría la salvación frente a la peste de la infidelidad” 
Restaurada en 1994, por don Felipe Alberto Folque de Mendoza, Conde de Rio Grande, tercer hijo varón del Duque de Loulé, nacido en Lisboa el 16 de Abril de 1967, perteneciente a la primera rama en la sucesión de la Casa Real de Portugal, como dinasta de la dicha Casa Real. Por Carta de 19 de julio de 1999, don Alberto, Duque de Loulé, confirmó por escrito la autorización concedida a su hijo don Felipe para legalizar y asegurar la actividad de la Antigua Orden de San Sebastián, dicha de la Flecha, declarando expresamente: «Que él (Don Felipe) y sus sucesores serán los administradores perpetuos, como representantes del poder de Nuestra Casa que se encuentra en la primera línea de sucesión a la Corona de Portugal», consecuencia de los derechos dinásticos que se derivan, después de la muerte sin sucesión de Don Manuel II en 1932, del hecho de descender por línea femenina de SAR la Infanta Doña Ana de Jesús María de Braganza y Borbón, hija del Rey don Juan VI y la Reina Doña Carlota Joaquina, Infanta de España.
De 1996 a 2003, la Orden permaneció inactiva, hasta que el 20 de Enero de 2004, (el día de su santo patrón) don Felipe decidió dotarla de actividad, para reafirmar su carácter de orden del patrimonio dinástico y premiar el mérito de aquellos que se distingan por relevantes servicios al Bien Común y a su Casa.
A mí no me cabe la menor duda de los derechos que asisten a Don Duarte a la Jefatura de la Casa Real de Portugal, dada la innegable legitimidad de sus antepasados. Ya se sabe que soy un católico rancio y un tradicionalista a machamartillo, admirador de don Miguel I, desde mi más tierna mocedad. Por eso, tengo a Don Duarte de Braganza como paradigma del buen soberano y así lo he dicho por escrito en repetidas ocasiones y se lo he expresado a él. Pero no veo inconveniente alguno a considerar absolutamente legítima la condición de dinastas de los miembros de la Casa Ducal de Loulé.

Don Felipe Loulé es Presidente del Instituto Dom Joao VI, Gran Cruz de la Orden de Nuestra Señora de la Concepción de Vila Viçosa, Bailío Gran Cruz de la Constantiniana de San Jorge, Caballero de la Real e Ilustre de San Genaro, Caballero de Honor y Devoción de la de San Juan de Jerusalén y un largo etc., que sería prolijo mencionar para las dimensiones de un artículo.

El Conde de Río Grande, a quien conozco personalmente, es hombre superior, un intelectual de primer orden, dotado de grandes cualidades y de valor acreditado. No es común rescatar del olvido una orden perteneciente al patrimonio histórico de sus regios antepasados y dotarla de vida en unos tiempos nada propicios. Ha tenido que luchar contra la envidia y la incomprensión de muchos mediocres y ha vencido. Su obra más querida, la Orden Militar de la Flecha no necesita de más legitimidades, que la que emanan directamente de sus derechos.
La insignia de la Orden actual es la misma que la que ideara el Rey Don Sebastián para el tiempo fundacional, tres saetas del Martirio de San Sebastián, las puntas puestas hacia lo bajo, en disposición de ser utilizadas, dos puestas en aspa y la tercera central, cargada de una S de esmalte verde en un círculo de oro, rodeado de la leyenda CELSA SERENA FAVENT sobre esmalte blanco, de cuyos lados salen las puntas de una cinta verde.
La Orden puede ser conferida en los grados de Gran Cruz, Gran Oficial, Comendador y Caballero. Para las señoras un grado único de Dama. La banda de esta caballería es verde.
Añadir que, por todo lo expuesto, tengo a la Orden de la Flecha en mi más alta consideración y estima.

Dr.D. José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de esta Ilustre Casa Troncal.