Historia de la antigua Archicofradía limeña (1540-1834).
La cofradía de la Veracruz tiene larguísima data. Se originó durante el asedio a la ciudad de Toledo en el año 1087 cuando D. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, decidió reconquistar la ciudad, que había sido usurpada, hacía mucho, por los musulmanes. Es así que el Cid, decide iniciar una fuerte ofensiva contra Toledo. Según cuenta la tradición, antes de iniciar la batalla, cortó ramas verdes de un árbol cercano, y colocándolas en forma de cruz, lo utilizó como estandarte de batalla; este acto fervoroso le valió la reconquista y toma definitiva de la antigua capital visigoda.
Desde ese día, a lo largo y ancho de España, se fueron fundando varias cofradías que recordaban ese memorable día utilizando como emblema las ramas verdes en forma de cruz. Estas cofradías fueron agraciadas por el Vaticano con un privilegio pero a la vez una obligación de custodiar fragmentos del Sanctum Lignum Crucis. Es así que a partir de ese momento estas cofradías serían llamadas orgullosamente las de la Vera Cruz, es decir la verdadera cruz, donde murió Nuestro Señor Jesucristo. El Sanctum Lignum Crucis es una reliquia valiosísima que otorga a los fervorosos caballeros de dichas cofradías un sin número de privilegios e indulgencias extraordinarias.
Es así que en el Perú, el Marqués D. Francisco Pizarro decidió fundar una Cofradía de la Veracruz en la ciudad de los Reyes, Lima, con la intención de apaciguar los caldeados ánimos de sus partidarios con los almagritas, que se odiaban con terrible ahínco. Es así como, luego de la correspondiente autorización del emperador Carlos V y la confirmación del Papa Paulo III (1534-1549), se logró finalmente constituir la Cofradía de Caballeros Veinticuatro de la Santísima Veracruz de Lima en 1540. De este modo llegó al Perú un fragmento del Sanctum Lignum Crucis, que se dice es el mayor de toda la cristiandad; por lo que los peruanos debemos estar honrados con semejante privilegio. Esta hermosa reliquia se encuentra custodiada, desde su llegada al Perú hasta nuestros días, en la sede de la Cofradía, que es la Basílica de la Veracruz, que se ubica al costado de la Iglesia y Convento de Santo Domingo, en Lima.
Retomando la historia, el Marqués D. Francisco Pizarro, no viviría para ver totalmente constituida a la Cofradía, ya que moriría a manos de los almagristas un año después. Con este sanguinario hecho habían cumplido su juramento de vengar el ajusticiamiento de D. Diego de Almagro en el Cuzco en el año 1538. Es así como se cumplió el dicho: “quien á hierro mata, á hierro muere”. El Perú entro en una serie de intestinas guerras civiles que dejó centenares de muertos en ambos bandos.
Luego de la Pacificación definitiva del Perú, el Arzobispo de Lima Fray Gerónimo de Loayza redactó los Estatutos de la Cofradía en 1570; en la que claramente se indicaba que para pertenecer a ella se debía ser un preclaro cristiano y ser un Caballero Hijodalgo de nobleza notoria. Es así como esta Cofradía, la más antigua y noble que existió en el Perú se nutrió de la nobleza más encumbrada de la ciudad de Lima. El Papa Sixto V (1585-1590), a través de una Bula del año 1589, la colmó de grandes beneficios, ya que la unió al Santísimo Crucifijo y Vera Cruz de Roma, compartiendo un honor especialísimo, propio de las más importantes cofradías cristianas.
A esto se le sumó el envío de varias reliquias por parte del Papa Urbano VIII (1623-1644), para la Basílica de la Veracruz de Lima. Las reliquias constaban de un ramal de la cadena con la que azotaron a Nuestro Señor Jesucristo, un pedazo de la columna en la que fue cruelmente atado, fragmentos de la sagrada cuna, del Velo de la Virgen María y algunos de sus cabellos, de la vestidura del Patriarca San José, algunos huesos de los Apóstoles San Pedro, San Pablo, San Felipe y Santiago El Mayor, una gran reliquia de San Feliciano y el cuerpo entero de San Fausto Mártir. Estas reliquias son verdaderos tesoros de la cristiandad, que fueron enviados por el mismísimo Santo Padre en beneficio de los Cofradía y de todos los peruanos.
Es así como esta Cofradía, al ser la más antigua y con mayores privilegios se convirtió en la “Archicofradía de Caballeros Veinticuatro de la Santísima Veracruz de Lima”, en la que, como indiqué anteriormente, solo eran admitidos aquellos de distinguida calidad y de notoria hidalguía. Eran los Mayordomos los encargados de examinar las calidades de los pretendientes, que solo luego de ser estudiadas sus pruebas nobiliarias, podían ser incorporados a la Veracruz de Lima. Ser Caballero de la Veracruz reportaba un gran beneficiado ya que era patente de nobleza plena e indiscutible. Resulta interesante comentar que existió también un brazo de Damas, que al igual que los varones, debían acreditar plena hidalguía, solo así compartirían las singulares gracias, indulgencias y jubileos dadas por los Papas; y en especial por la Bula de Julio III (1550-1555).
Era tal el poder y preeminencia que gozaban los Hermanos de esta noble Archicofradía limeña, que tenían real privilegio de solicitar el Viernes Santo de cada año, el indulto de un reo de muerte. Esta solicitud debía ser concedida inmediatamente, salvo que el reo fuera traidor. Esta Archicofradía fue, sin lugar a dudas, la más importante del antiguo régimen en el Reino del Perú, y encargados de dirigir la Semana Santa. Esta fecha la más conmemorativa de todas se realizaba con gran lujo y boato en la Lima virreinal.
Quizás fue Lima la más orgullosa y ostentosa de todas las capitales de la cristiandad, y no faltaba para más, ya que hubo una ocasión en la que el muy devoto D. Pedro Antonio de Castro y Andrade, Conde de Lemos y Virrey del Perú (1667-1672), gastó una fortuna en las procesiones tratando de rivalizar con los gastos de la nobleza peruana quienes despreocupadamente gastaban “el oro y el moro”. Fue lo más curioso de estas festividades, la colocación de barras de plata pura, a manera de adoquines, en la calle de Mercaderes de Lima. Se cuenta que ese día la procesión atravesó una calle valorizada en más de dos millones de ducados; tamaños lujos de daban los peruanos.
Sin embargo, la época virreinal acabó, y nuevas ideas ingresaron a la sociedad limeña, bajaron los ánimos religiosos, y la otrora magnificencia de la Semana Santa, que había sido siempre dirigida por los Caballeros Veinticuatro de la Santísima Veracruz de Lima, también menguó. Sobre este asunto el notorio abogado peruano Dr. Manuel Atanasio Fuentes, en su libro “Estadística General de Lima”, comentaba sobre el poco ánimo de los peruanos, y que el brillo y la nobleza de la antigua Archicofradía había acabado; dado que hacía mucho no se realizaban los obligatorios Capítulos dejándose de utilizar los libros desde el año 1834. Esta fecha puede ser calificada como la del fin de esta importante corporación nobiliaria peruana como había sido entendida en su primigenia constitución. No puedo dejar de mencionar a los que fueron los últimos bienhechores de esta noble corporación, me refiero al Capellán Propietario fray José Vicente Seminario, D. Manuel Pérez Tudela y Doña María Ignacia Remírez de Arellano, quienes lucharon por la supervivencia de la Archicofradía a mediados del S. XIX; fueron estos los últimos representantes de una noble casta orgullosa de su glorioso pasado virreinal.
Mi sétimo abuelo fue Caballero Veinticuatro de la Santísima Veracruz de Lima en 1775.
Esta investigación sobre la Archicofradía la he realizado por dos grandes motivos. El primero de ellos, es que me ha dado la oportunidad de escribir sobre una tradicional cofradía limeña que tiene en mi país más de cuatro siglos; esperando que mis conciudadanos sientan también orgullo de tener en nuestra capital unas reliquias tan maravillosas rodeadas de una preciosa historia. Por otro lado, el segundo motivo es a raíz de que un antepasado mío fue Caballero Veinticuatro de la Archicofradía de la Santísima Veracruz de Lima, me refiero a mi sétimo abuelo D. Juan Bautista de Yrigoyen y Berroeta, quien figura en el Padrón de Caballeros Veinticuatro del año 1775. A continuación presento esta relación consanguínea directa que tengo con este ilustre personaje, generación por generación.
Son mis padres D. ROLANDO HOMERO ARÉVALO MONTALVÁN, Barón de Arévalo y Orbe, del reino de Georgia, y Caballero Gran Cruz de la Orden del Águila de Georgia y la Túnica Inconsútil de Nuestro Señor Jesucristo, y doña MARCELA LETICIA VERGARA ROBLES, Baronesa de Arévalo y Orbe, y Socia Activa de la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores el 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria. Mis abuelos maternos son el Dr. JORGE ALEJANDRO VERGARA Y LÉVANO (Ica, 1923- Lima, 1984), Magistrado de la Corte Superior de Piura y Tumbes, y Alcalde de la Prov. de Contralmirante Villar, Tumbes, y doña JUSTA NELLY MERCEDES ROBLES ESTREMADOYRO, Socia Activa de la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores el 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria. Mis bisabuelos fueron el Dr. CARLOS ANTOLÍN MERCEDES ROBLES Y JIMÉNEZ (Huaraz, 1876 – Huaraz, 1945), Magistrado de la Corte Superior de Ancash, y doña ZOILA MERCEDES ESTREMADOYRO Y RODRÍGUEZ DE LA VIUDA (Huaraz, 1884- Lima, 1958). Mis tatarabuelos fueron el Dr. ANTOLÍN ROBLES Y LUGO (Huaraz, 1853 – Lima, 1931), Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Diputado por Huaraz en el Congreso que se cosntituyó en Arequipa debido a la ocupación de Lima durante la Guerra del Pacífico y Alcalde de Huaraz (1877-1878), y doña TERESA JIMÉNEZ Y BUSOS-MEXÍA YRIGOYEN (Huaraz 1858 – Lima, 1914). Mis cuartos abuelos fueron D. CARLOS JIMÉNEZ y doña ISABEL BUSOS-MEXÍA E YRIGOYEN (Huaraz, 1816 – Lima, 1881). Mis quintos abuelos fueron D. MANUEL BUSOS-MEXÍA y doña TERESA DE YRIGOYEN Y TORRES. Mis sextos abuelos fueron el Dr. JOSÉ DE YRIGOYEN Y ZENTENO (Lima, ca. 1765 – Lima, 1833), Subdelegado del Partido de Cajamarquilla, Huaraz ca. 1795, Prefecto de Ayacucho en 1825, Vocal de la Corte Superior del Cuzco, Teniente Coronel del Ejército Libertador del Perú, Vencedor en la Batalla de Ayacucho (1824), Prócer de la Independencia del Perú y Benemérito de la Patria, y doña MARÍA TRINIDAD DE TORRES Y COLLAZOS. Mis sétimos abuelos fueron el noble caballero hijodalgo D. JUAN BAUTISTA DE YRIGOYEN Y BERROETA (n. Añoa, Urdax, Reino de Navarra, ca. 1730 – Lima, 1777), Caballero Veinticuatro de la Archicofradía de la Santísima Veracruz de Lima en 1775 (hijo de D. Juan de Yrigoyen, Alcalde de Urdax en 1747 y 1753, y de doña María de Berroeta), y doña ROSA ZENTENO DE LA PORTILLA Y CONCHA (hija de D. Antonio Zenteno y Silva y de doña Ana de la Portilla y Concha).
Este, mí sétimo abuelo, llegó al Perú llamado por su hermano D. José Martín de Yrigoyen y Berroeta, quien se encontraba ya establecido en Lima. D. Juan Bautista solicitó licencia para venir al Reino del Perú el 24 de enero de 1757, para hacer algunos cobros de deudas que tenían los limeños con su familia. Al parecer vio que en el Perú podía hacer fortuna, por lo que decidió quedarse definitivamente en el país. D. Juan Bautista se dedicó al comercio logrando prosperar rápidamente; este éxito económico le granjeó su ingreso a la buena sociedad limeña.
A esto se sumó un ventajoso matrimonio con doña Rosa Zenteno de la Portilla y Concha, de distinguida familia limeña. El matrimonio se celebró el 31 de octubre de 1762, en tiempos de D. Manuel Amat y Juniet, Virrey del Perú (1761-1776), popular por sus devaneos amorosos con la Perricholi. De este modo, logró hacerse un sitial en la Corte limeña, que lo llevó a solicitar su ingreso a la Archicofradía limeña, lo cuál finalmente consiguió; figurando como Caballero Veinticuatro de la Santísima Veracruz de Lima, en un Padrón del año 1775.
Es así como puedo remontar mi linaje a este ilustre y noble antepasado navarro, al que le tengo un especial aprecio, dado que se hizo solo. Si bien había nacido como Caballero Hijodalgo notorio en la lejana Añoa en el Reino de Navarra, él hizo su propia fortuna en Lima, a costa de su trabajo y esfuerzo en el difícil comercio ultramarino. He allí la prueba indubitable de cómo vinieron al Perú muchos hombres con la intención de hacer una nueva vida; ya que en España se encontraban relegados, como segundogénitos de importantes familias, en las que el patrimonio quedaba vinculado estrictamente al Mayorazgo. Es así como muchos se veían obligados a dejar de vivir a expensas de su familia, tomando la decisión de venirse a América buscando forjarse un camino propio al otro lado del mar. Esta es la historia compartida de muchísimos de nuestros antepasados que decidieron venirse a vivir a la que es hoy Latinoamérica.
La Archicofradía en la actualidad. Actualmente, la corporación lleva un nombre muy distinto al original, la de “Muy Antigua, Pontificia, Benemérita y Gloriosa Archicofradía de la Vera Cruz de Caballeros del Perú”; para el ingreso a esta no se exige ninguna prueba nobiliaria como otrora ocurría. La Archicofradía tiene por sede la Basílica de la Veracruz (vecina de la Iglesia y Convento de Santo Domingo) en la que todavía se conservan las venerables reliquias.
Los actuales Caballeros visten una túnica negra que lleva en el pecho una cruz quíntuple a manera del Santo Sepulcro de Jerusalén. No sé el motivo por el cuál hacen uso de la cruz quíntuple; seguramente esta relacionado con algún antiguo privilegio concedido por la Santa Sede. Sin embargo, considero que sería más conveniente que usaran en la vestimenta la cruz de sinople, recordando así el primigenio origen de este cuerpo.
Fuentes.
Archivo General de Indias. Unidad Casa de la Contratación. Signatura: Contratación, 5500, N.2, R.7. Expediente de información y licencia de pasajero a indias de Juan Bautista de Irigoyen.
Bromley, Juan. “Hermanos 24 de la Archicofradía de la Santísima Veracruz de Lima entre los años 1775 y 1787”. En: “Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas”. No. 13. Lima: Talleres Gráficos P. L. Villanueva, S.A., 1963, p.142.
Fuentes, Manuel Atanasio. Estadística General de Lima. Lima: Tip. Nacional de M. N. Corpancho, 1858, p. 534-537.
Fuertes de Gilbert y Rojo, Barón de Gavín, Manuel. La nobleza corporativa en España: Nueves siglos de entidades nobiliarias. Ediciones Hidalguía. Hidalgos de España, 2007, p. 256-257.
Palma, Ricardo. El Justicia Mayor de Laycacota. Crónica de la época del decimonono Virrey del Perú. En: “Tradiciones Peruanas”. Tomo 2. Lima: La República. División Editorial, p. 31-38.