Por Dr. Don José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de la Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria.

Para nadie es un secreto que me siento vinculado por fuertes lazos familiares (mi padre fue amigo de don Irakly de Bagration, abuelo del actual Jefe de la Casa) y de lealtad y afecto a la Casa Real de Georgia. Resulta admirable para cualquier observador desapasionado como los Bagration de Moukhrani han sabido conservar el legado de sus mayores y el sentimiento nacional georgiano en torno a su familia, en las peores circunstancias por cerca de tres siglos, sin que nadie en aquel país dude de quienes son los integrantes su dinastía. Conocí a don Jorge de Bagration en fecha tardía (tres años antes de su muerte) y enseguida simpatizamos. No sé si será vanidad, pero creo que confió en mi criterio desde el primer instante. Quería mi modesto asesoramiento para reactivar la Orden del Águila y la Túnica Sin Costuras de Nuestro Señor Jesucristo, le aconsejé legalizarla en España como asociación y así se hizo, gracias al concurso de don Diego de Guillamón y al del ya fallecido Verne Ben Heiderich, un amigo suyo de sus tiempos de piloto de carreras. No faltó tampoco un sabio y erudito dictamen jurídico del marqués de la Floresta.
Después de aquello, tuvimos contactos esporádicos hasta que se hicieron diarios por medio del correo electrónico cuando se fue a vivir a Georgia. Era, sin exagerar lo más mínimo, un hombre culto, sensato, educado, sensible, patriota, bondadoso y muy agradable de trato. Recuerdo todavía con qué complacencia y orgullo me enseñó su pasaporte georgiano en el que el Estado le reconocía Jefe de la Casa Real de su país.

Por aquellas calendas, se sabía muy enfermo. Cuando regresó a la Patria añorada, tenía el pálpito que no volvería a España. Yo tuve un mal presentimiento que rechacé al segundo. Luego desgraciadamente todo se precipitó. Como si se tratase de un pariente cercano, sentí mucho su fallecimiento.
Ya, en alguna de nuestras conversaciones frente a una cerveza negra en Santa Bárbara, en la cervecería de al lado de mi casa, le pregunté por el estado de la orden de la Reina Tamara, que había pasado al patrimonio ecuestre de los Bagration a petición de los georgianos exilados por la Revolución. Me intrigaba el caso, casi único en el mundo de las instituciones caballerescas, de cómo una orden al mérito se transforma en una orden dinástica por aclamación popular. El príncipe Jorge me contestó que permanecía inactiva por razones políticas y que esperaba prudente a su regreso a Georgia para tomar una decisión respecto a ella. No le dio tiempo, ya que la Parca se lo llevó antes de tomar una resolución y fue su hijo y heredero, el príncipe David, quien, mediante un decreto, la restaurase plenamente, otorgándole una Carta Constitucional el 23 de mayo de 2008.

Unos diseños de la condecoración, fechados en el año 2000, me confirman que don Jorge deseaba reconstituirla aún antes, pero por motivos que se me escapan, no lo hizo nunca. Lo cierto es que, durante la I Guerra Mundial y para socavar la retaguardia rusa, se creó en Berlín con ayuda germana, un Comité Nacional Georgiano encabezado por el príncipe Giorgi Macabeli y por Mikheil Tsereteli, que en 1915 reclutó una Legión Georgiana de 1.200 hombres para combatir junto al Ejército turco en Transcaucasia, al mando del General Leo Kereselidze, una notable figura militar y política, que lideró ya en el exilio, la Unión de Georgianos Tradicionalistas. La actitud heroica y la disposición para el combate de las tropas georgianas, pronto reclamó la creación de una recompensa militar que fue fundada por la propia Legión, con el nombre de Insignia o Divisa de la Reina Tamara.

Se concedía a los georgianos que hubieran rendido servicios extraordinarios a la causa de la Independencia de Georgia y hacía alusión a la Santa Reina Tamara, nacida en 1160, hija del Rey Jorge III y la princesa Burdukhan y una de las más brillantes monarcas de la historia de Georgia, defensora como ningún otro soberano de su tiempo de la Cristiandad. Reina para los georgianos, que tiene la misma o parecida significación histórica y sentimental que la reina Isabel la Católica, para los españoles que se precian de serlo.
Hay que recordar que en 1203, el Imperio Bizantino se debatía en su propia agonía. Había perdido vastas extensiones de tierra a manos de los Selyúcidas en Anatolia y de los serbios, búlgaros y valacos, en los Balcanes. Su situación era tanto o más desesperada que la que había heredado Alejo I Comneno en 1081. Pero en esta ocasión existía la circunstancia agravante de que un gran ejército cruzado, manipulado por Venecia, acampaba frente a las murallas de Constantinopla a la espera de que el emperador Isaac II Angel y su hijo, Alejo IV, cumplieran con el trato que había permitido al primero, con la ayuda de los occidentales, recuperar el trono.
En esa misma época, los territorios ubicados en el litoral del mar Negro, con las ciudades cabeceras de Amastris, Sínope, Amisus, Oinea y Trebizonda, estaban gobernados por los parientes del difunto emperador Manuel I Comneno, los descendientes de su primo Andrónico I (1183-1185). En desacuerdo con la política de los Angel (dinastía que había reemplazado a los Comneno en Constantinopla), David y Alejo, nietos de Andrónico I, solicitaron a la reina Tamara tropas para proclamar su independencia de Bizancio.
La reina santa puso a disposición de los hermanos un nutrido contingente de caballería que les permitió ocupar las costas del Mar Negro, hasta la misma Heraclea de Bitinia. De esta manera, el Imperio de Trebizonda nacía para la misma época en que la IV Cruzada tomaba Constantinopla (1204). El reino de Georgia heredaba entonces el papel de defensor de la Cristiandad oriental, que hasta ese momento había ostentado el Imperio Bizantino.

La expansión de los georgianos bajo el reinado de Tamara continuó luego hacia los emiratos musulmanes vecinos del Imperio de Trebizonda, Erzincan y Erzurum, que se reconocieron vasallos casi sin presentar resistencia. Entre 1208 y 1209, les tocó el turno a las ciudades de Marand, Tabriz, Miyaneh, Zenjan y Kasvin, que fueron obligadas a pagar tributo, y en el Norte, sobre el Mar Negro, Nicofsia fue incorporada al reino. Los pueblos montañeses de Transcaucasia aceptaron de buen grado la influencia de Georgia y se convirtieron en fieles aliados de la reina de Tiflis. Cuando en 1213, Georgia estaba cosechando los frutos de los éxitos internos y externos de su soberana, murió súbitamente Tamara, por la gracia de Dios, Rey de Reyes, Reina de las Reinas de los abjacios, armenios, kakhetios y kartalios, Autócrata de todo el Este y el Oeste, Gloria del Mundo y de la Fe, Campeona del Señor.
No es de extrañar que una organización militar y patriótica como la Legión Georgiana eligiese a la reina como emblema de su más alta recompensa. Al evocarla, se rememoraba también los tiempos gloriosos de una Georgia independiente, fuerte y unida. La insignia con su efigie era otorgada en dos clases, civil y militar. El emblema fue diseñado por el teniente alemán Horst Schliephack y la cinta recogía los colores nacionales de la época: rojo y negro. Tal recompensa fue oficializada por la República Democrática Georgiana en 1918 y reconocida como orden de mérito. La orden fue suprimida por los comunistas, pero fue tal su significado nacional, que el Príncipe Irakly, a petición de la Unión de Georgianos Tradicionalistas, la restauró proclamándose Gran Maestre, con la anuencia de su padre don Jorge, a la sazón Jefe de la Casa Real, en 1942.
Fue discernida entonces entre los georgianos de la diáspora y algunos miembros de la realeza europea, entre los que destacan el Jefe de la Casa Imperial Rusa, SAI el Gran Duque Wladimiro Kirilovich Romanov y el Jefe de la Casa de Borbón-Sevilla, don Francisco de Borbón y Borbón, ya por aquellos tiempos eficaz colaborador como Canciller de su Casa.
Con la muerte de don Irakly, la orden permaneció en el ámbito de la Familia Real sin que se realizasen nuevas concesiones por parte de don Jorge. A la caída del comunismo, fue legalizada en Georgia como asociación civil por el conde Simón Kopadze, hoy VicePreboste de la orden y Canciller de la Casa Real, en espera de devolverla al legítimo representante de la dinastía nacional, lo que finalmente se produjo en la persona de SAR David Bagration de Moukhrani, actual Jefe de la Casa.
La insignia ha cambiado algo con respecto a la primigenia, ya que si ésta era un círculo de esmalte azul con la efigie de la reina titular en plata (según el icono con su retrato que se conserva en el Monasterio de Bethania, cerca de Tiflis), puesta sobre un rafagado también de plata, en la actualidad es el mismo círculo azul con el retrato plateado de la reina, cargado en bordura de la leyenda Legión Georgiana en idioma georgiano y la fecha 1915, surmontado todo de la corona real puesto el dicho círculo sobre un rafagado de ocho puntas, compuesto de rayos de plata o de oro, según la clase, ya que la orden se divide en dos clases o categorías: Senadores o Damas Senadoras de la Gran Placa y Caballeros o Damas de la Gran Placa, existiendo el Gran Collar como clase excepcional. La banda para los Senadores es de moaré de color rojo con dos estrechas franjas blancas a los bordes (los colores nacionales georgianos) y pende como venera, el retrato de la reina. Los Caballeros y Damas de la Gran Cruz no llevan banda.

En los diseños que SAR don Jorge de Bagration mandó hacer en 2000, la banda es roja con los bordes negros, tal como era originariamente. La venera es una cruz patada de esmalte negro cargado del círculo con el retrato de la reina santa.
Las concesiones de esta orden no han sido demasiadas, siendo Senadores de la Gran Placa, miembros de su familia mayoritariamente, aunque destacan otros como S.M. el rey George V Topou de Tonga o mi querido Alfredo Escudero, Marqués de Gori y Conde de Díaz-Madroñero. Desde los primeros momentos de su reconstitución, el príncipe David por su extrema generosidad me hizo merced de la Gran Placa como caballero de la misma. Para mí fue motivo de íntima satisfacción que SAR David Bagration de Moukhrani luciera en su pecho, el día de su boda, la placa de Senador de la Gran Cruz, que yo le regalé.

Se me antoja que tal hecho es sencillo y pálido reflejo de la adhesión que me une a su Familia y Casa.