Con este sugestivo título el Caballero Honorario de esta Casa Troncal y Presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de su Capítulo en Argentina, Bernardo Lozier Almazán, en una pequeña obrita en número de páginas pero grande en contenido y significado, publicada por el Centro de Estudios Históricos Hispanoamericanos Isabel La Católica, en 2006, en San Isidro, Argentina, nos ilustra sobre los diversos proyectos que para instaurar una monarquía se llevó a cabo en los territorios del Río de la Plata, inmediatamente después de proclamada su independencia de la Corona de España.
Por su indudable interés y para general conocimiento, vamos a presentar un resumen del documentadísimo estudio de Bernardo Lozier, realizado por el Dr. Francisco M. de las Heras y Borrero, Presidente de esta Casa Troncal.
Con rigor y exactitud en los datos y citas, Bernardo Lozier nos presenta en su obra los reiterados intentos de restaurar una monarquía independiente en el Rio de la Plata, cuyos proyectos estuvieron inspirados en la necesidad de autogobernarse, ante la quiebra de la autoridad real en la España invadida por Francia.
En aquellos momentos, escribe el autor, había partidarios de un gobierno independiente de la España ocupada, pero integrado por españoles, con Martín Alzaga a la cabeza; los que ansiaban una monarquía constitucional, impulsada principalmente por Manuel Belgrano y, por último el grupo de criollos que creían llegado el momento de independizarse de España y formar gobierno propio.
1 – El proyecto de la Infanta Carlota Joaquina.
El primer intento o proyecto para instaurar una monarquía en los territorios del Río de la Plata, vino personalizado por la princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, esposa del Príncipe Juan, entonces Regente de Portugal, quienes, huyendo de la revolución, se habían instalado desde el 7 de marzo de 1808 en Río de Janeiro con toda su Corte y nobleza. Carlota Joaquina, en su calidad de hermana del destronado Fernando VII, aspiraba a crear un trono rioplatense de la que ella sería su titular.
En estas circunstancias, Doña Carlota Joaquina aprovecha la acefalia del trono para postularse como depositaria y defensora de los derechos de la dinastía borbónica en América. Consecuentemente puso en marcha una red de contactos políticos para sumar adictos a su proyecto.
Fue en aquel momento cuando surge la figura intelectual de Manuel Belgrano. Monárquico convencido, Belgrano defiende la causa de la Infanta Carlota y decide formar un partido en su favor.
Ante los requerimientos de sus partidarios, Doña Carlota Joaquina responde el 19 de agosto de 1808 con un Manifiesto en el que se consideraba “Depositaria y Defensora de los Derechos (…) que quiero conservar ilesos e inmunes de la perversidad de los Franceses para restituirlos al legal Representante de la misma Augusta Familia…”. Este legal representante no era otro que su primo el Infante Don Pedro Carlos, el cual inmediatamente apoyó “en todas sus partes” el manifiesto de Doña Carlota Joaquina.
Belgrano apuesta fuertemente por esta solución que, finalmente, no obtiene el consenso necesario, y así llegaron las jornadas de mayo de 1810, que concluyeron el día 25 con la destitución del Virrey y la instauración de una Junta Provisional de Gobierno que se comprometió, según la Proclama, a sostener estas Posesiones en la más constante fidelidad y adhesión nuestro muy amado Rey y Señor Don Fernando VII y sus legítimos sucesores en la Corona de España, y que en la práctica supuso iniciar el camino para constituirse en nación independiente.
El plan de Belgrano era muy distinto, se trataba de establecer un gobierno independiente, emanado del principio de soberanía nacional y personificado en una dinastía americana, por adopción o de nacimiento.
2 – El proyecto del Infante Francisco de Paula.
Dada la intransigencia de Fernando VII en llegar a cualquier tipo de acuerdo con el Directorio establecido en Buenos Aires, Manuel de Sarratea inicia negociaciones secretas con Carlos IV, exiliado en Roma, con el propósito de que aprobara la venida a Buenos Aires de su hijo, el Infante Don Francisco de Paula de Borbón y Borbón, para coronarlo en un trono independiente a erigirse en el Río de la Plata.
Manuel Belgrano no titubea en propiciar la instauración de una tal monarquía. El proyectado reino abarcaba los territorios del Virreinato del Río de la Plata, Capitanía General de Chile y las provincias de Puno, Arequipa y Cuzco.
Carlos IV apoya con entusiasmo este plan, elaborándose un proyecto de constitución, titulado Constitución para el Reino Unido del Rio de la Plata, Perú y Chile, el cual fue redactado de forma exclusiva por Manuel Belgrano.
Cuando en el mes de junio de 1815, tras la derrota de Napoleón en Waterloo, los negociadores argentinos del proyecto se vuelven a entrevistar con Carlos IV, éste, no obstante la influencia interpuesta por Godoy y María Luisa a favor del plan, temeroso de enemistarse con su hijo Fernando VII quien, liberado de su cautiverio, ocupaba nuevamente el trono de España y no compartía el proyecto, se negó a concretarlo echando por tierra la tan avanzada negociación, fracasando así otra posibilidad para instaurar una monarquía en América.
3 – La opción incaica.
La situación caótica que vive el país hace que el sentimiento monárquico no pierda fuerza, considerándose la monarquía como el mejor sistema contra el desorden reinante.
En febrero de 1816 ya se consideraba seriamente una nueva opción: la opción incaica. Belgrano, incluso, expone sus ideas a los integrantes de la Asamblea de Tucumán, defendiendo que en su concepto, la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de una monarquía temperada; llamando a la dinastía de los Incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono; a cuya sola noticia estallará un entusiasmo general de los habitantes del interior.
Pese a que su elocuente y persuasiva exposición logró la adhesión de la mayoría de los reunidos, el proyecto monárquico volvería a fracasar por circunstancias diversas, que expone con brillantez Lozier en su estudio.
Tampoco ayudaría mucho al triunfo de esta causa la diversidad de candidatos incas:
a) Dionisio Inca Yupanqui, educado en el Seminario de Nobles, distinguido coronel del regimiento de Dragones y diputado a las Cortes representando al Perú.
b) Juan Andrés Ximénez de León Manco Capac, descendiente legítimo de los emperadores del Perú, sacerdote y primer capellán del ejército argentino.
c) Juan Bautista Túpac Amaru, quinto nieto del último emperador del Perú, quien en 1816 hacía treinta y cinco años que se encontraba prisionero de los españoles.
Sea como fuere la opción incaica sólo quedó en proyecto. Su único saldo sería el sol de los Incas en la bandera argentina.
4 – Otras opciones.
Para concluir su interesante y documentado librito, Bernardo Lozier nos relata otras opciones, las cuales, pese a los esfuerzos de los políticos monárquicos de la época y las grandes posibilidades de éxito con que se presentaban algunas de ellas, tampoco alcanzarían un resultado positivo:
a) Luís Felipe de Orleans, Duque de Orleans, cuyo proyecto de coronación fue recibido por los congresistas en palabras del Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredon, con un entusiasmo difícil de describir.
b) El Infante Don Sebastián, nacido en Río de Janeiro en 1811, hijo del Infante Don Pedro Carlos y Doña María Teresa de Braganza, Princesa de Beira, proyecto fracasado ante el temor de una excesiva influencia portuguesa.
c) Carlos Luís de Borbón, duque de Luca, hijo de Don Luís de Borbón y Lorena, duque de Parma, Rey de Etruria, y de Doña María Luisa de Borbón y Borbón, hermana de Fernando VII, cuya candidatura el Congreso Nacional de las Provincias Unidas de Sudamérica ha examinado con la más seria y madura atención.
Bernardo Lozier, patriota argentino de acrisolada hispanidad, concluye su magnífico estudio con una reflexión que no nos resistimos a citar:
«Con la perspectiva de los años transcurridos desde el nacimiento de la Argentina improvisada en 1810 – escribe Lozier – podríamos plantearnos el interrogante de qué hubiera ocurrido de haber tenido éxito alguno de los tantos proyectos monárquicos malogrados. Jamás lo sabremos. Pero podemos suponer –por qué no- que hubiéramos sido el país grande que Belgrano y tantos otros soñaron. Seguramente –al menos así lo creo- hubiéramos logrado tempranamente la libertad y el orden necesarios para afianzar la independencia, evitándonos tantos años de desencuentros y luchas intestinas, que postergaron la consolidación de la Nación Argentina”.
Sabedores de que el amigo Bernardo Lozier Almazán continúa investigando en este campo apasionante, esperamos impacientes que pronto nos presente sus resultados.