De mi extensa colección de impostores y falsarios, a los que soy tan adicto, destaca la figura del pretendido príncipe etíope Johannes de Baltazar (de nombre más propio Baltasar Girón) que publicó en Valencia en 1609, salido de las prensas de Juan Vicente Franco, un pequeño opúsculo con el título de la Fundación, vida y regla de la grande orden militar y monástica de los caballeros y monjes del glorioso Padre San Antón Abad, en la Etiopía, monarquía del Preste Juan de las Indias. Si le hacemos caso, la Orden Militar de Caballeros Antonianos habría sido fundada en el año 370 por el emperador etíope Juan el Santo, con la intención de pelear contra los herejes que amenazaban la religión cristiana del Imperio de Etiopía.
Inspirados en la forma de vida de San Antonio del Desierto, la orden se amplió y engrandeció durante el reinado del Preste Felipe VII, diferenciándose en dos ramas: una de monjes, que llevaban la tau como distintivo, y otra de caballeros, que unían a la cruz una flor de lis de color azul, resaltada en los bordes por un hilo de oro. La Cruz de tau, también llamada cruz de San Antonio, es una figura heráldica en forma de T y que habitualmente se representa con los extremos de sus brazos ampliados. La cruz tau representa la vara que Moisés convirtió en una sierpe. Por ello también se la llama cruz egipcia. Fue precisamente el santo egipcio quien primero la usó como distintivo cristiano y por ello es llamada cruz de San Antón. Con color azul sobre el pecho de un hábito negro, era la indumentaria distintiva de los miembros de la Orden de San Antonio. Más tarde, fue emblema de los franciscanos.

Esta misteriosa orden etíope tenía en cada ciudad su convento y abadía, elevándose el número de los mismos a más de 2.500. Los caballeros, una vez que envejecían, se convertían en monjes y pasaban a residir en las abadías. En cuanto a los futuros caballeros, debían entrar en la orden a los 16 años y pasar los nueve siguientes en un noviciado bélico distribuido en tres fases, a lo largo de las cuales luchaban contra los enemigos de la fe cristiana.
El Preste Juan sería el rey legendario que gobierna una nación cristiana aislada entre musulmanes y paganos en Oriente. Supuestamente descendía de los tres Reyes Magos, y era un soberano generoso y probo, que regía un territorio lleno de riquezas y extraños tesoros, tal como un espejo a través del cual podía ver todas sus provincias, de cuya fábula original derivó la «literatura especular» de la Baja Edad Media y el Renacimiento.
Su reino fue objetivo de una búsqueda, que disparó la imaginación de generaciones de aventureros, pero que permaneció intocable y lejano durante quizá demasiado tiempo. Representaba un símbolo de la universalidad de la Iglesia para los cristianos europeos, que trascendía la cultura y la geografía para abarcar a toda la humanidad. Cuando en el siglo XV, los portugueses entraron en contacto con el reino cristiano de Etiopía, pensaron que habían encontrado en este reino, el imperio del mítico Preste Juan. Y seguramente así fue.
Pero volvamos al principio: La narración del tal don Johannes de Baltazar será posteriormente incorporada a la historia que de la orden antoniana escribió Blas Antonio de Ceballos, titulada Libro nuevo. Flores sagradas de los yermos de Egipto. Vida y milagros del gran padre San Antonio Abad y sus más principales discípulos. Origen de la ilustre religión antoniana y fundación del orden militar de Caballeros de San Antonio, en los reinos de Etiopía. La obra fue publicada en Madrid en 1686, muestra clara de la veracidad que se dio, durante todo el siglo XVII, a la existencia de una rama africana de los caballeros antonianos.
No es de extrañar que fuera así, ya que existe efectivamente en nuestros días una Orden de San Antonio del Desierto discernida por el Patriarca copto de Etiopía, fundada en la más remota antigüedad, que suele confundirse con la de los Hospitalarios de San Antonio de Tierra Santa, hermana de la del Temple.
Uno tiene antigua predilección por los ermitaños. Siempre he pensado que dejar el mundo, aislarse de los demás para consagrar la propia vida a la oración y el recogimiento, es digno de admiración. Yo no podría. En mis evidentes limitaciones, dependo de tantas cosas que resulto de lo más opuesto al anacoreta. Con este nombre o el de eremita o ermitaño se nombra a los cristianos del siglo III que por huir de las persecuciones y entregarse a la vida contemplativa y penitente, se refugiaron en los desiertos de la Tebaida de Egipto y por extensión, a aquellos que se retiran a lugares solitarios. En origen, el ermitaño era un monje que fijaba su misión en el cuidado y protección de una ermita dedicada a algún santo y, por lo general, en algún territorio despoblado y poco visitado. El retiro del ermitaño se consideraba parte de su vida espiritual y de su entrega cristiana. Entre todos ellos, para mí que brilla con luz propia, San Antonio del Desierto o San Antonio Abad, un hombre que abandona sus bienes y crece en santidad y se convierte en un modelo de vida. Ascético y austero, durante su vida durmió en un sepulcro vacío. Según Jacopo della Voragine, fue reiteradamente tentado en el desierto por el demonio. Siendo el primer monje de la Cristiandad, que se retiró a una cueva del desierto egipcio para purificar su espíritu, lejos de las tentaciones mundanas, se vio asediado por la evocación de los placeres de la carne, la consecución del poder y la obtención de una gran fortuna. Dotado de una fuerza de voluntad sobrehumana y una fe en Dios a toda prueba, venció al Malo y no cayó en sus seducciones engañosas.
Las tentaciones de San Antonio han sido tema favorito de la iconografía. Que yo recuerde el Bosco, Diego Rivera y Dalí, entre otros muchos, han pintado la lucha del ermitaño contra el demonio. A mí, me sigue impresionando el lienzo del español. Lo vi por vez primera en Bruselas. Es una escena donde se ve un caballo blanco encabritado y furioso, salido quizá del mismo infierno, proclamando la llegada de la lujuria, el poder y la riqueza, que le siguen a lomos de unos elefantes quiméricos de alargadísimas zancas, mientras los negros nubarrones de una tormenta se ciernen sobre la oscura arena del desierto. Un misticismo surrealista lo impregna todo. Se me figura que Dalí tradujo magistralmente con el pincel, la atmósfera imprecisa y satánica de la tentación.

Así que no resulta sorprendente que los coptos etíopes que lo veneraban como propio, eligiesen el nombre del santo para una orden militar de defensa de la fe contra los infieles paganos que asolaban el Imperio ya por aquellas calendas. Según algunos autores, la Orden fue creada al poco de la muerte del propio santo, de quien se dice que vivió 105 años, entre los años 357 y 358, cuando muchos de sus discípulos se fueron a vivir a la austeridad del desierto, hasta que finalmente se pusieron bajo la regla monástica de San Basilio y se mudaron a los cenobios donde se conservaba el título y el hábito de San Antonio. Los monjes y caballeros vestían un hábito negro con la cruz azul tau al pecho y los superiores, como señal de su jerarquía, una doble cruz del mismo color.
Tradicionalmente, la sede principal de la Orden se encontraba en la Isla de Meroe
[en la actualidad, Sudán], donde los abades espirituales y temporales tenían su residencia, pero en otras partes del Aethiopia poseían un gran número de conventos y monasterios, y no menos de dos millones de ingresos anuales.
Durante la Edad Media, la Orden se confirió solo a clérigos de la Iglesia copta, en recuerdo de los monjes guerreros del Preste Juan. En los tiempos del emperador Haile Selassie, éste declinó su soberanía, cediéndola al Patriarca de la Iglesia Unitaria Copta Ortodoxa, que es quien la discierne en nuestros días. El emperador, había retenido su Gran Maestrazgo hasta que la Iglesia etíope se independizó de la Iglesia alejandrina o egipcia.
En la actualidad su Gran Maestre es el Abuna Paulos, Cabeza de aquella Iglesia, aunque un nieto del Emperador, el Príncipe Ermías Sahle Selassie, Presidente del Consejo de la Corona, ejerza como Capitán General (como descendiente de su fundador, el Preste Juan) y otorgue la orden en su rama civil.

Así que en la práctica, existe una Orden de San Antonio del Desierto eclesiástica y otra, cívica. Es la misma orden con dos ramas y dos cabezas. Los prelados cristianos y los príncipes de casas reales son honrados con la Gran Cruz de esta caballería, mientras que la Cruz de Hermano (en inglés, Knight Companion) es concedida a sacerdotes y caballeros. La insignia para los religiosos es una cruz latina, ligeramente patada, de esmalte azul. Para los civiles, es la cruz tau azul. La banda para ambas categorías es azul, negra y azul.
Quede claro que el Gran Maestre de todas las órdenes de la Casa Imperial etíope es el Príncipe Zera Jacob, Jefe de la Casa, pero su delicado estado de salud impone que delegue alguna de sus responsabilidades en miembros de su familia, como es el caso que nos ocupa. El Príncipe Ermías ocupa el décimo lugar en la línea de sucesión al Trono Imperial y representa al Jefe de la Casa en el exterior. Fue reconfirmado en su cargo de Presidente del Consejo de la Corona Imperial en el año 2005 por S. A. I. Zera Jacob, cuya vida guarde Dios muchos años.
Los dos soberanos de la orden garantizan así la supervivencia de los caballeros del Preste Juan en los tiempos descreídos que nos han tocado vivir. Tiempos terribles en los que se mata a inocentes con el beneplácito del estado. ¡¡Para que luego digan que el demonio, el mismo que intentó seducir a San Antonio, no existe!!

Artículo e imágenes remitidos por el Dr. D. José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de esta Casa.

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